Viernes 22 de abril de 2016
psicología
C
ualquiera puede padecer sole-
dad crónica: un chico de 12
años que se traslada a un cole-
gio nuevo; un joven que después de
crecer en un pueblo se siente perdido
en la gran ciudad; una ejecutiva que
está demasiado ocupada con su ca-
rrera para mantener buenas relaciones
con sus familiares y amigos; un an-
ciano que ha sobrevivido a su cónyuge
y cuya mala salud le dificulta ir a visitar
a nadie. La generalización del senti-
miento de soledad es asombrosa. Va-
rios estudios internacionales indican
que más de una de cada tres personas
en los países occidentales se siente
sola habitualmente o con frecuencia.
La mayoría de estas personas quizá no
son solitarias por naturaleza, pero se
sienten socialmente aisladas aunque
estén rodeadas de gente. El senti-
miento de soledad, al principio, hace
que una persona intente entablar rela-
ción con otras, pero con el tiempo la
soledad puede fomentar el retrai-
miento, porque parece una alternativa
mejor que el dolor del rechazo, la trai-
ción o la vergüenza. Cuando la soledad
se vuelve crónica, las personas tienden
a resignarse. Pueden tener familia,
amigos o un gran círculo de seguidores
en las redes sociales, pero no se sien-
ten verdaderamente en sintonía con
nadie.
Una persona que se siente sola suele
estar más angustiada, deprimida y hos-
til, y tiene menos probabilidades de lle-
var a cabo actividades físicas. Como
las personas solitarias tienden más a
Una de cada tres personas se siente sola en la sociedad de la
hiperconexión y las redes sociales. ¿Qué está fallando?
mortalidad en un 26%, aproximada-
mente igual que la obesidad
. El hecho
de que más de una de cada cuatro per-
sonas en los países industrializados
pueda estar viviendo en soledad, con
consecuencias seguramente devasta-
doras para la salud, debería preocupar-
nos.
En nuestras investigaciones también
hemos observado que cada medida po-
sitiva para mejorar la calidad de las rela-
ciones sociales mejora la presión
arterial, los niveles de las hormonas del
estrés, las pautas de sueño, las funcio-
nes cognitivas y el bienestar general.
Con frecuencia las personas solitarias
no son conscientes de muchas de las
cosas que les suceden: no lo saben.
Por ejemplo, se agudiza de forma implí-
cita la hipervigilancia en busca de ame-
nazas sociales y se reduce la capacidad
de controlar los impulsos. Pero, igual
que ocurre con el dolor físico que nos
informa de una posible lesión en nues-
tro cuerpo, el sentimiento de soledad
nos indica la necesidad de proteger o
reparar nuestro cuerpo social.
Los familiares y amigos suelen ser los
primeros en detectar los síntomas de
soledad crónica. Cuando una persona
está triste e irritable, quizá está pidiendo
en silencio que alguien la ayude y co-
necte con ella. La paciencia, la empatía,
el apoyo de amigos y familiares, com-
partir buenos momentos con ellos, todo
eso puede hacer que sea más fácil re-
cuperar la confianza y los vínculos y, en
definitiva, reducir la soledad crónica.
Por desgracia, para muchos hablar con
John T. Cacioppo,
autor
de Loneliness (WW Norton), es cate-
drático de psicología y dirige el centro
de neurociencia cognitiva y social en la
Universidad de Chicago.
Stephanie
Cacioppo
es profesora de psiquiatría y
neurociencia en el mismo centro.
Traducción de María Luisa Rodríguez
Tapia para el diario español El País
franqueza sobre la soledad sigue
siendo difícil, porque es una condición
mal comprendida y estigmatizada. Sin
embargo, dada su frecuencia y sus re-
percusiones en la salud, tendría que
estar reconocida como un problema de
salud pública. Debería recibir más
atención en las escuelas, en los siste-
mas de salud, en las facultades de me-
dicina y en las residencias de ancianos
para garantizar que los profesores, los
profesionales de la sanidad, los traba-
jadores en los centros de día y en los
centros de tercera edad sepan identifi-
carla y abordarla.
¿Las redes sociales pueden abrir nue-
vas vías para conectar con los demás?
Depende de cómo se usen. Cuando la
gente utiliza las redes para enriquecer
las interacciones personales, pueden
ayudar a disminuir la soledad. Pero
cuando sirven de sustitutas de una au-
téntica relación humana, causan el re-
sultado opuesto. Cuando un niño se
cae y se hace daño en la rodilla, una
nota comprensiva o una llamada a tra-
vés de Skype no sustituye al abrazo
consolador de sus padres.
En la actualidad, varios países, en par-
ticular Dinamarca y Reino Unido, han
creado programas nacionales para
concienciar al público sobre la soledad
crónica, fomentar un mejor conoci-
miento de las consecuencias catastrófi-
cas que tiene y mejorar las
intervenciones, las políticas para bor-
dar este problema y su financiación.
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tener relaciones negativas con otros, el
sentimiento puede ser contagioso. Las
pruebas biológicas realizadas muestran
que la soledad tiene varias consecuen-
cias físicas: se elevan los niveles de cor-
tisol —una hormona del estrés—, se
incrementa la resistencia a la circulación
de la sangre y disminuyen ciertos aspec-
tos de la inmunidad. Y los efectos dañi-
nos de la soledad no se acaban cuando
se apaga la luz
: la soledad es una en-
fermedad que no descansa, que au-
menta la frecuencia de los
microdespertares durante el sueño,
por lo que la persona se levanta ago-
tada.
El motivo es que, cuando el cerebro
capta su entorno social como algo hostil
y poco seguro, permanece constante-
mente en alerta. Y las respuestas del ce-
rebro solitario pueden servir para la
supervivencia inmediata. Pero en la so-
ciedad contemporánea, a largo plazo,
tiene costes para la salud.
Un análisis reciente —de 70 estudios
combinados con más de tres millones de
participantes— demuestra que
la sole-
dad incrementa las probabilidades de
Soledad,
una nueva epidemia
Cuando una
persona está triste
e irritable, quizá
está pidiendo a
gritos que alguien
la ayude y conecte
con ella.
Hablar con
franqueza sobre la
soledad sigue
siendo difícil, pero
es un problema de
salud pública.