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Viernes 10 de junio de 2016
P
ediatra y psiquiatra infantil en el
Hospital Garraham de Buenos
Aires, el doctor Eduardo Silvestre
estuvo en San Juan para disertar sobre
Estrés en la infancia, en el marco de la Di-
plomatura Transdisciplina PNIE (Psico-
neuroimnumeendocrinología) Desafío del
Siglo XXI, que se dicta en la Facultad de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de
la UNSJ.
El especialista sostuvo que el estrés en la
infancia es lo mismo que en los adultos,
pero que los niños manifiestan más los
síntomas físicos que los psicoafectivos
por lo que es probable que sea una pro-
blemática subdiagnosticada.
Para Silvestre, el gran desafío para pa-
dres, médicos, docentes o psicopedago-
gos, es escuchar lo que los niños piden o
necesitan.
—¿Qué es el estrés en la infancia?
—El estrés en la infancia es lo mismo que
en los adultos. Es un tema de mucha ac-
tualidad en el adulto y se escucha poco en
relación con la infancia. Si se habla poco
es porque probablemente esté subdiag-
nosticado o sea que no lo estamos lla-
mando estrés. El adulto que tendrá
enfermedades relacionadas con el estrés
adquiere la problemática en la niñez y
pasa toda una vida desapercibido, hasta
que se manifiesta de manera ostensible
en la edad adulta, o sea que el estrés del
adulto tiene su origen en la niñez. Enton-
ces, es importantísimo diagnosticarlo tem-
pranamente. Los médicos, los docentes,
los padres, debemos estar atentos para
detectarlo y prevenir futuras complicacio-
nes. El estrés es una forma anormal de
responder a los desafíos de la vida coti-
diana, por decirlo de manera simple.
Cierto grado de estrés es necesario para
responder a un desafío, pero cuando es
mayor, el organismo empieza a desbalan-
cearse y el cuerpo empieza a manifestar
síntomas. En general, lo llamamos por las
caras que presenta pero no la problemá-
tica de fondo.
DR. EDUARDO SILVESTRE, PEDIATRA Y PSIQUIATRA INFANTIL
“El estrés del
adulto tiene su
origen en la niñez”
—¿Cuáles son los síntomas a través
de los que se manifiesta?
—Se comprometen todas las funciones
esenciales del organismo: la inmunidad, el
metabolismo, y entonces, un niño que pa-
dece estrés crónico tiene deprimida su in-
munidad, por ejemplo, y está sujeto a
contraer infecciones banales u otras más
graves, puede tener alteraciones en el
crecimiento, en la conducta alimentaria...
Son múltiples los síntomas. En los chicos,
llamativamente, los síntomas psicoafecti-
vos se manifiestan poco y sí en cambio
los síntomas físicos o somáticos y ahí es
donde tenemos que estar atentos y diag-
nosticarlos. Y estar atentos a que un dolor
de cabeza crónico, de panza, trastornos
gastrointestinales sin causa aparentes,
puedan estar relacionados con el estrés.
Si no vemos el fondo de lo que está gene-
rando ese síntoma, no podemos llegar al
diagnóstico.
—A veces los papás de hoy no logran
darse cuenta de cómo “con la leche
templada y en cada canción”, como
dice Serrat, le van transfiriendo sus
problemáticas...
—Absolutamente. Es muy cierto,
pero no podemos poner a los
niños en una campana de
cristal. La vida es hostil.
Ahora, que una persona
que está sometida a una
situación de trauma, la
que fuere, experimente
estrés o distrés depende
de la situación desencade-
nante pero también de esa
persona y su medio; qué quiere
decir esto: que una misma situación
problemática puede resultar altamente es-
tresante para una persona, inofensiva
para la otra y al contrario, estimulante
para otra. Si un niño está sujeto a desa-
fíos comunes y tiene una familia conti-
nente, amigos, podrá asumir el desafío,
saldrá victorioso, no va a padecer. Ganará
la batalla, por decirlo de alguna manera.
En cambio, en otro niño y eso es fre-
cuente, en lo que los pediatras llamamos
el “sindrome de la agenda completa” —
van a la escuela, a fútbol, a danza, etc.—,
quizás sean demandas exageradas para
la posibilidad de ese niño y le generen es-
trés. Cuando uno evalúa una problemática
de estrés, tiene que evaluar no sólo los
síntomas sino todo el entorno, el medio
familiar, el medio social...
—¿Qué pasa en la pubertad o adoles-
cencia?
—Una manifestación común son las famo-
sas lipotimias o desmayos. Se calcula que
un 30% de la población tuvo uno. ¿Quiere
decir que el 30% de la población está es-
tresada? No. Esto quiere decir que un
30% de la población tiene una predisposi-
ción a que en determinado momento y
ante desafíos importantes, le baje la pre-
sión, pero lo supera y es un episodio ais-
lado. En cambio, aquellos niños, pre o
adolescentes que tienen esta problemá-
tica relacionada con el estrés y predispo-
sición genética, manifestarán estos
episodios en forma repetida y entrarán en
un círculo vicioso, que no termina de
curar. Ante esto, ese chico dejará de salir
de su casa, por ejemplo, para evitar situa-
ciones angustiantes, y se hará cada vez
más difícil de resolver la situación. Enton-
ces, si buscamos sólo el medicamento
para el desmayo, no estamos abordando
toda la problemática.
Una entrevista de
Betty Puga
El estrés es un
tema de mucha
actualidad en el adulto
y se escucha poco
en relación con
la infancia
Escuchar, ese
es el gran desafío
como padres, médicos,
docentes o
psicopedagogos.
El especialista, uno de los disertantes de
este mes en la Diplomatura PNIE que se
dicta en la UNSJ, sostiene que el estrés está
subdiagnosticado en los niños, quienes a di-
ferencia de los adultos, manifiestan los sínto-
mas físicos más que los psicoafectivos.
—Lo importante sería que cada familia,
que cada médico, escuche a los chi-
cos...
—Es importante, siempre, más que la
cantidad, la calidad de tiempo que se le
brinda a los chicos. A veces, el problema
es que no se sabe llegar al chico. Un psi-
cólogo muy conocido habla de la “madre
suficientemente buena”. ¿Cuál es? Aque-
lla que puede decodificar lo que el niño
está pidiendo. Por ejemplo, cuando un
bebé llora, se piensa que tiene hambre y
la mayor parte de las veces el llanto no
está asociado al hambre. Una madre que
está compenetrada con su bebé, puede
detectar que no es sólo comida, sino que
quiere una caricia o que le cante. Pero
para ser suficientemente buena, una
madre le debe permitir frustrarse a su hijo
y debe ponerle límites. Es tan nociva una
madre ausente, como una omnipresente. .
Me gusta decir que la mejor fórmula es
escuchar al chico, informarse y saber qué
es lo que está pidiendo. Escuchar, ese es
el gran desafío como padres, médicos,
docentes o psicopedagogos.
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