(*) Nota publicada en San Juan al
Mundo
Esas tierras fueron dadas por Merced
Real por el fundador de Jáchal, Juan
de Echegaray, a la familia Espejo.
Luego, Juan Espejo las vendió a José
J. Jofré en 1797. En 1845 las compró
Eugenio Doncel. En 1902, pasó a
manos de Pedro Doncel, previa ce-
sión de derechos de sus hermanos.
Federico Cantoni compró esa propie-
dad y sus explotaciones agrícolas die-
ron origen a un poblado en el que se
construyó una escuela y una iglesia.
Los colonos de Tucunuco compraron
67.000 has de esa propiedad a través
de un crédito del Consejo Agrario Na-
cional. La gestión de compra la hizo la
provincia y como el grupo todavía no
tenía forma jurídica, provisoriamente
el terreno fue inscripto a nombre del
gobierno de San Juan.
Con la caída del gobierno de Isabel
Martínez de Perón, no se reconocie-
ron los derechos de los colonos y las
tierras quedaron a nombre de la pro-
vincia. El Consejo Agrario Nacional
fue disuelto y la provincia no tuvo que
cancelar el crédito, con lo que las tie-
rras quedaron para ella en forma gra-
tuita.
Una propiedad muy discutida
Viernes 2 de junio de 2017
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B
etty Rebollo es una docente jubi-
lada que atesora vivencias y
anécdotas de una época que no
olvidará, sus años de docente en la es-
cuela Congreso de Tucumán, ubicada en
Tucunuco, ya desaparecida. Las vivencias
transcurrieron entre 1970 y 1974. Muchas
fueron las historias de sacrificio, en una
época en la que el transporte era compli-
cado y llegar desde el lugar donde la de-
jaba el colectivo de la TAC que iba a
Jáchal le significaba caminar tres kilóme-
tros por una huella de tierra, en medio del
campo y cargando bolsos.
Betty llegó a ese lugar tras haber concur-
sado el cargo después de 9 años como
docente. Al llegar, la situación era distinta
a cualquier otro establecimiento: había
una sola docente que era maestra, estaba
a cargo de la dirección y actuaba como
secretaria. Ahora, con dos maestras, la si-
tuación podía cambiar. De hecho fue así.
La escuela tenía de primero a séptimo
grado. Por las tardes existía una prolon-
gación de jornada, donde se dictaba corte
y confección. Después decidieron dictar
clases por la noche, destinadas a los
adultos del pueblo. Increíblemente,
cuenta Betty, tenían más alumnos en ese
turno que en la mañana y eso que no era
obligatorio.
Un pueblo
de 50 familias
E
n los 70, Tucunuco era un pueblo
en el que habitaban unas 50 fami-
lias. La mayor concentración de la
población se daba a lo largo de una calle
larga. Algunos pobladores vivían un poco
más alejados. Betty viajaba los lunes y
volvía los viernes.
Tucunuco era una estancia de los Cantoni
y los pobladores subsistían de las cabras,
un pequeño tambo, algunas vacas y lo
poco que se daba de la tierra, ya que los
cultivos se quemaban por la presencia de
salitre en el lugar.
Caminar tres kilómetros desde la ruta al
pueblo, sola, era poco menos que una
aventura para Betty. “Sentía silbidos, mi-
raba para todos lados y no veía a nadie.
Los pobladores me dijeron que no tuviera
miedo, que eran unos pájaros llamados
tucu-tucu que su canto se asemejaba a la
perfección de un silbido humano”, re-
cuerda y agrega “era uno de los pocos lu-
gares de campo sobre los que no se
escuchaban historias de brujas. Era un
lugar muy tranquilo, ni siquiera había una
curandera en el lugar”.
“Un día hubo un acto en la escuela y llegó
el gobernador Carlos Gómez Centurión
Historias de una
maestra que
enseñó en Tucun
uco
Fueron cuatro años intensos. No eran tenidos en cuenta por las
autoridades sanitarias. La maestra era también directora y secretaria.
Cómo era estudiar en un poblado que era estancia de los Cantoni.
junto a los ministros. Después de que se
hizo el acto, hubo un gran almuerzo pre-
parado por Ursulina Cantoni. El menú
principal fue una vaquillona hecha al calor
de la tierra, al rescoldo. Yo me fui a la
plaza con los chicos y allí empezamos a
tocar la guitarra y a cantar. En un mo-
mento dado llegó la comitiva de gobierno
con el propio gobernador a la cabeza y se
quedaron compartiendo un rato con noso-
tros”, cuenta como si fuera hoy.
Esa anécdota al aire libre, trae aparejada
otra no tan agradable: “Comer a la intem-
perie era imposible, todo estaba rodeado
de tela mosquitera porque la presencia de
moscas era insoportable. No eran moscas
comunes, eran un poco más chicas que
las habituales y cuando se creía que no
estaban, bastaba sacar algo de comida
para que aparecieran”.
Enfermera y
asistente social
L
a atención de la salud era un tema
complejo para el pueblo, que no
tenía puesto sanitario ni médicos.
“Corría el año 1972 y de repente nadie se
veía en la calle. Cuando pegunté el mo-
tivo, me respondieron que estaban engri-
pados. Dimos aviso al Hospital de Jáchal
y enviaron sólo un médico que dejó rece-
tas, pero como no tenían medicamentos
dejó jarabes preparados en el hospital, lo
que era insuficiente. Con mi compañera
vinimos a la ciudad, gestionamos ante el
Ministerio de Salud hasta que logramos
que nos dieran todos los medicamentos.
Yo misma empecé a recorrer cada casa y
a colocar inyecciones a niñas y mujeres
mayores, mientras que otro señor les colo-
caba a los hombres. Mientras esto ocurría,
de repente apareció en el pueblo un con-
tingente de seis médicos y una ambulan-
cia, eran del Hospital de Jáchal, hubo un
reto de parte de las autoridades provincia-
les”.
Esa no fue la única vez que Betty tuvo que
hacerse cargo de situaciones de salud o
de asistencia social.
“Un chico llamado Héctor tenía problemas
de crecimiento. En San Juan no encontra-
ron el motivo y lo derivaron al Hospital Ga-
rrahan. Cuando estaba todo listo para
viajar y poder hacer estudios, la asistente
social no podía ir, así que tuve que ha-
cerme cargo. Lo que tenía Héctor se resu-
mía a un fuerte problema emocional
además de lo físico. Él adoraba a su papá,
pero éste lo ignoraba porque decía que no
era hijo suyo. Para poder viajar, a Héctor
hubo que comprarle de todo. El intendente
me entregó unas órdenes de compras
para negocios de Jáchal y logramos ves-
tirlo”, rememora Betty.
Han pasado casi 50 años de estos he-
chos. Tucunuco ya no es sólo un re-
cuerdo. Sin embargo, la tarea de Betty
sigue prolongándose en los cientos de do-
centes que, sólo por vocación y amor al
prójimo, trabajan en escuelas rurales de la
provincia.
LA ESCUELA DONDE DICTABA CLASES YA NO EXISTE
Junto a su compañera de trabajo, cruzando el río a caballo.
Postales del recuerdo de los niños que
pasaron por la Escuela Congreso de
Tucumán, que actualmente no existe más.