la_cena_de_los_jueves2 - page 59

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JONES
J
osé Flores Perramón
se había trans-
formado en un problema muy grave
para el gobierno de Amable Jones. Era
un hombre jugado y estaba dispuesto a llegar
hasta las últimas consecuencias.
Aquel atardecer de enero conversaba en el
Club Social con otros magistrados que tenían
problemas a raíz de los hechos desencadena-
dos.
Uno era
Eladio Segovia
, juez en lo Civil de
la primera nominación,
El segundo era
Eduardo Mallea Gil,
agente
fiscal en lo civil y comercial, que había sido
designado, con acuerdo del Senado, durante
la gestión de Jones.
Finalmente, ocupaba un lugar en la mesa
Teófilo Castro
, juez del Crimen de segunda
nominación, también desplazado por la Corte
de Jones.
El Club Social era un reducto conservador,
ubicado en la calle Rivadavia, frente a la
Plaza 25 de Mayo. Fundado el 31 de marzo
de 1.888, su hermoso edificio (abatido por el
terremoto de 1.944) fue concepción del arqui-
tecto Molina Civit. Las recepciones en el
Club Social despertaron siempre gran expec-
tativa y para las fiestas patrias, las veladas
constituían actos oficiales. Durante el resto
del año, era un sitio donde prominentes hom-
bres de la sociedad encontraban su
“lugar de
pertenencia”.
Allí jugaban a los naipes, a los
dados o al dominó y hablaban de política y
de poder, como lo hacían este atardecer de
enero los cuatro magistrados.
Castro:
El 7 de enero a primera hora me pre-
senté ante la oficina de Javier Garramuño, a
cargo del juzgado de Crimen y fui inmediata-
mente sitiado por la policía. Nadie podía
entrar al despacho. Recien a las 10,30 recibí
una cédula en la que se decia que Garramuño
había dictado una resolución en la que se me
comunicaba que no estando en posesión del
juzgado, no podía tomar ninguna medida en
carácter de juez y que estaba en completa
libertad de salir de la oficina.
Flores Perramón:
¡Qué bárbaro!
Castro:
El comisario Altamira Ortiz me
explicó que tenía órdenes terminantes del
juez para no permitir que yo cerrara las puer-
tas del juzgado y que tenía que entregarle las
llaves pues si no estaba autorizado a quitár-
melas aun cuando tuviera que hacer uso de la
violencia.
Mallea Gil:
¿Y qué hizo usted?
Castro:
Labré un acta de protesta ante el
notario público Mario Corona e inmediata-
mente envié un telegrama al presidente de la
Nación pidiendo garantías.
Segovia:
Cuando los doctores Mario Videla -
Juez de crimen de segunda nominación- y
Castro fueron suspendidos por Rojo y
Zaldarriaga, recibí una nota de los nuevos
cortistas en la que me ordenaban que me
hiciera cargo del despacho, adjuntándome una
copia de la acordada por la que se lo suspen-
día a Castro. El 30 de diciembre les contesté
que me era legalmente imposible proceder
como me indicaban en razón de impedimen-
tos fundamentales que se oponen a la efecti-
vidad de los cargos que invocaban.
Mallea Gil:
Imagino la bronca de Rojo y
Zaldarriaga...
Segovia:
El 31 de diciembre me suspendieron
por treinta días. Como comenzó la feria, no
he hecho nada sobre el tema. Preferí irme
unos días a San Luis. Estoy pensando en pre-
sentar un certificado médico ya que me he
fracturado el brazo... Y esperar hasta que esto
aclare...
Mallea Gil:
A usted le pasó lo mismo que a
mí. Yo también desconocí a los cortistas
cuando me llamaron para reemplazar al doc-
tor Emilio Moyano, que había sido exonerado
del cargo de procurador general. El 4 de
enero me exoneraron como agente fiscal en lo
civil, argumentando que al desconocer a Rojo
y Zaldarriaga había caido en la figura de
desacato. Esta gente no entiende que tanto los
nombramientos como la remoción de los jue-
ces debe hacerse con acuerdo del Senado.
Flores Perramón:
¿Cuál es su situación
ahora?
Mallea Gil:
Se me sigue juicio criminal por
desacato y abuso de autoridad, como a todos
los magistrados involucrados y se que han
pedido mi detención aunque todavía no han
salido a buscarme.
Flores Perramón:
Están nombrando en
comisión a gente extraña al foro. Fíjense que
Todos los jueces estaban
suspendidos y procesados
El club social era un reducto
donde muchos hombres públicos
del conservadorismo encontraba
su lugar de pertenencia y pasaban
las horas jugando a las cartas o
hablando del poder”
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