la_cena_de_los_jueves2 - page 120

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llegar charla de cualquier tema con cualquier otro concu‑
rrente… Y lo que es más absurdo aun: el cuerpo expuesto du‑
rante esas horas hasta que poco antes de “partir para la última
morada”, como se suele decir,
aparecen los soldadores y en
medio del tremendo y desgarrador dolor que los deudos se in‑
fligen, comienzan el trabajo de cerrar el cajón con sopletes
ante la vista de todos.
Ya falta poco. Tras el acompañamiento que interrumpe el trán‑
sito
‑¿Cuál es la necesidad de que todos vayan en fila al ce‑
menterio, pasando semáforos en rojo?‑
sólo resta la tremenda
ceremonia de dejar el ataud en la fila 7 de la columna 5 de la
tercera galería sin siquiera preguntarnos cómo puede traducir
ese acto la mente de un chiquito de cuatro o cinco años al que se
obliga a estar presente.
Es para analizar todo ésto.
Hoy nos parecería ridículo
un velorio con lloronas.
Seguramente, dentro de poco también nos lo parecerán las cere‑
monias de soldar el cajón ante la vista de todos, de depositar el
ataud en un nicho de “propiedad horizontal”, de mantener du‑
rante décadas los cuerpos en un cementerio que ya tiene más
habitantes que la ciudad, de “quedar bien con el muerto” pa‑
gando un aviso fúnebre o mandando flores.
¡Qué lindo será el día en que en lugar de
tanta necrofagia
aprendamos a reconocer las virtudes de la gente en vida, a dar‑
nos un abrazo porque nos alegra una presencia, a felicitar o sa‑
ludar al amigo con un llamado telefónico, a alegrarnos con el
éxito ajeno,
a decir te quiero cuando queremos decirlo…!
En defínitiva
, cuando aprendamos a celebrar la vida y conside‑
remos a la muerte simplemente como el último acto de vivir.
Juan Carlos Bataller
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