—Hoy está prohibido que los niños
trabajen, es casi un delito. Para vos,
haber trabajado de chico, ¿fue bueno
o malo?
—No, fue hermoso. Después de hacer
eso que te dije empecé a trabajar en una
droguería, con un sueldo. Yo estudiaba
idóneo en farmacia, en la Escuela Anto-
nio Torres y luego trabajé en una farma-
cia. Mi madre quería que yo estudiara
pero no me gustaba, no era lo mío.
—Sino eras cantor, ¿podrías haber
sido futbolista?
—Sí. Jugaba bien al fútbol. Jugaba de 5,
en Atlético de la Juventud.
—¿Llegaste a jugar en Primera?
—No, llegué hasta la cuarta especial, así
era antes. Me defendía por lo menos. Y
bueno, después de que empecé a traba-
jar en la farmacia me quedé sin trabajo y
me fui a la construcción, con mi padre.
—¿Qué edad tenías?
—Tendría 14 años más o menos. Des-
pués un amigo me dijo que fuéramos a
trabajar a un hotel, al Sussex, el único
cinco estrellas que había. Ahí empecé en
el año 1965.
—¿Cómo empezaste?
—Como lavaplatos y pela papas. Había
unas ollas y bolsas de papa grandes. Un
día vino un “maître”, un hombre que ha-
blaba portugués, francés, y me pasó al
restaurante. Y claro, cuando pasé me
sorprendí; había tres o cuatro copas, un
piso parqué.
—¿Qué pasó con ese hotel?
—Yo trabajé un año y pico y con el terre-
moto quedó un poco averiado. Ahí fue
donde empecé a trabajar de mozo y co-
mencé a conocer a muchos personajes.
Conocí al gobernador don Leopoldo
Bravo, a Hugo del Carril, a Jorge Porcel,
a Olmedo. Un día dejé de trabajar y me
fui al aeropuerto, también de mozo. Es-
tamos hablando del año 1967. Y en esa
misma época buscaban personal para el
Hotel Nogaró, para mozo, ayudante de
cocina, conserje.
—Ahí tenías veinte años.
—Ahí fui mozo, barman, “maître”.
—Es toda una carrera la gastronomía.
—Exactamente.
—Ahora, para ser el “maître” de un
hotel, tenés que saber de cocina, de
bebidas, de todo.
se dedicaba a la construcción y mi
madre era ama de casa. Mi padre era
muy trabajador, como todo jachallero.
—¿Cómo fue tu niñez?
—Una niñez muy linda. Era muy ape-
gado a mi madre y le ayudaba mucho.
—¿Te gustaba la cocina de chico?
—Observaba a mi madre con su delantal
y a veces le ayudaba a hacer las empa-
nadas.
—Uno idealiza un poco la niñez, y a lo
mejor teníamos una niñez de un pan-
taloncito corto, unas champión y nada
más.
—Sí, ella me compraba alpargatas.
Como yo jugaba a la pelota todo el día,
en la mañana y en la tarde, a la noche
ya las había roto.
—¿Con qué soñabas en esa época?
—He tenido varios sueños. Quería ser
cantor e iba a ver “La pandilla del tío
Melchor”, con Alberto Vallejos. Nunca
pensé que iba a llegar a la gastronomía.
—Habrías sido cantor de tango, o de
la “Nueva ola”.
—De chico agarraba un palo de escoba
y le hacía la mímica a Palito. De ahí salió
el apodo Palito.
—Eras Palito Ortega.
—Sí. Y en mi niñez también fui lustrador.
—¿A qué edad?
—Y… tendría 12 años. Mi madre me
hizo un cajón de lustrar. Iba por las
casas y lo que hacía se lo daba a mi
madre. Después con un amigo empeza-
mos a vender en una carretela bolsas de
afrechillo, carbón, botellas, baterías. Nos
íbamos al campo y allá comíamos un
sándwich de mortadela.
—¿Cuántos hermanos eran?
—Dos, tengo una hermana.
—Palito, ¿cuál es tu nombre?
—Carlos González.
—Creo que esta es la noticia del
día, nadie sabe que te llamás
Carlos.
—Nadie sabe mi nombre y ape-
llido, todos me dicen Palo Palito.
—Comencemos hablando de
tu niñez. ¿De qué barrio
sos?
—Soy de Concepción. Ahí
nací. Mis padres eran jachalle-
ros.
—¿Tu padre a
qué se dedi-
caba?
—Mi padre
10
CON TU VIDA
Escribe:
Juan Carlos Bataller
CARLOS “PALITO” GONZÁLEZ
Un nombre propio en la
gastronomía sanjuanina
l
Hijo de jachalle-
ros, de origen muy
humilde, Palito fue
desde lustrabotas a
chatarratero antes de
encontrar su destino
en la gastronomía.