Viernes 24 de febrero de 2017
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mascarones, luces de colores, bande-
ras y cuanto jaez servía para exaltar el
colorido y la alegría de los corsos de
aquellos años. La década del treinta
fue muy especial en sus carnavales.
¡Después vinieron otros carnavales,
otros pomos y otras serpentinas,
que más vale no “meneallo”!
A las nueve de la noche el disparo de
una bomba de estruendo anunciaba el
comienzo del corso y empezaba a lle-
nar las veredas la más heterogénea
mezcla de gentes que se pueda imagi-
nar.
Los chayeros, verdaderamente cha-
yeros, merecen especial atención.
El corso
Llegaban en clanes, el hombre, la
mujer, los hijos, hijos políticos y
¡cómo
éramos pocos parió la abuela!
le
agregaban algunos compadres y veci-
nos amén de los que se agregaban
solos. El gran jefe iba adelante. Traje
negro, sombrero negro, pañuelo negro
al cuello, camisa blanca, zapatos ne-
gros (costaba verle la cara), sobre el
costado izquierdo, colgaba del hombro
una toalla blanca, de hilo (la del mé-
dico) con largos flecos y puntillas y en
no pocos casos, bordaba con claveles
rojos y grandes iniciales con los colores
patrios.
El gran jefe, llevaba en la mano iz-
quierda una latita (ex aceite) con agua,
y en la mano derecha una rama de al-
bahaca que, por instantes sumergía en
la latita, y asperjaba de perfume y fres-
cor a cuanto conocido, compadre o co-
madre encontraba al paso, los cuales,
previo un ¡yuyuy, y muchas gracias!
respondían con idéntica asperjación o
con un chorrito de agua florida que ma-
naba del pomo El Loro (y si el bolsillo lo
permitía), agregaban el cumplido de
una serpentina Bellas Porteñas.
¡Ni qué decirle que aún no se esti-
laba el pica-pica, el engrudo, la ha-
rina, ni enroscare! pomo vacío y
revoleárselo a la cabeza de algún
punto o de alguna reina!
¡No señor,
eso vino después!
lll
Apenas sí al final de corso y, raras
veces, era dable escuchar algunos tiros
o ver el refucilo de algún facón, entrete-
nimientos que dirimían alguna diferen-
cia personal o justificaban la excesiva
ingestión alcohólica. ¡Por lo demás,
todo iba bien, algún muertito no le cae
mal a ningún cementerio!
A todo esto ya el corso estaba en lo
mejor. Iban por la segunda vuelta el
desfile de carruajes ornamentados. Las
comparsas (orgullo de barriada) rivali-
zaban en música y atuendos.
¡Era de
ver a los muchachos de La Estrella
Oriental, La Lyra, La Quena, La de
Concepción y tantas que uno olvida!
Al paso de las comparsas, la gente
aplaudía y les arrojaba serpentinas,
que las reinas agradecían, bajando un
poco el estandarte e inclinando la ca-
beza en señal de saludo y agradeci-
miento. El estandarte, adornado con
bordados y lucecitas, era una muestra
del ingenio colectivo del barrio. Detrás
del estandarte, una chica empujaba un
carrito con una batería eléctrica que
encendía y apagaba las lucecitas. ¡Hay
que apreciar que eso era la conquista
máxima de la tecnología lumínica de
entonces!
lll
Luego de las comparsas (contribución
del barrio) y los grandes carruajes
(contribución del comercio y la indus-
tria) las murgas ocupaban el tercer
puesto en la preferencia. El ingenio a
veces desfachatado y siempre opor-
tuno, resaltaba, en lo grotesco, los
acontecimientos más salientes del año.
Le seguían las máscaras sueltas y los
pequeños conjuntos humorísticos que
hacían las delicias (cuando no el fasti-
dio) de los concurrentes al corso.
Una muestra:
Dos abogados muy co-
nocidos en el medio; ocultos bajo care-
tas y con guardapolvos largos y
pintarrajeados formaban un dúo de ori-
ginales vendedores. Uno iba adelante
llevando sobre un hombro un palo de
escoba donde había unas ristras de
chorizos; el otro lo seguía con dos
palas viejas y pregonaban:
¡Chorizos
frescoooos!
—y el de atrás— ¡Palas
viejaaaas! Manera ingenua de diver-
tirse insinuando la función del embutido
lejos de la parrilla y la nostalgia de
quienes ya habían llegado a los apaci-
bles años.
A las doce de la noche, una bomba
anunciaba el fin del corso
y ¡a sal-
varse!
empezaba la chaya y las corri-
das.
¡Ahí se desataba el indio y la
prudencia era un simple nombre de
mujer!
Menos mal que las mamás con
pequeños, previendo el final, se habían
retirado temprano, buscando el des-
canso y esquivando el chapuzón.
Los bailes
A las doce de la noche terminaba el
corso y empezaban a ponerse lindos
los bailes. Los del Club Español eran
los más concurridos y divertidos. Le se-
guían los de La Libanesa y, en orden
decreciente, de pelo y color, Obreros
del Porvenir, Camilo Rojo y Salón Bue-
nos Aires.
Los que se organizaban en
algunas piletas y clubes de barrios,
más que bailes eran riesgos.
Pero
,
conservaban el atractivo y el candor de
lo genuino y el acicate de lo imprevisto.
El aire de la noche se poblaba de melo-
días bailables de las que se destaca-
ban los pasodobles Valencia y El Niño
de las Monjas. Hasta las seis de la ma-
ñana la juventud bailaba y las mamás
velaban y vigilaban.
Como a las siete, en coches de
plaza, capota baja y jamelgo enjae-
zado, las familias empezaban a caer
a lo de Camacho, la chocolatería de
la calle Santa Fe (aún está) y baja-
ban la cerveza y las bilzes con un
chocolate con churros
. Luego, ya sol
alto, enderezaban para las casas, con
una rueda de tejeringos para los más
chicos, que se habían quedado en
casa.
¡Y a sacarse los zapatos, aflo-
jarse los corsés... y a dormir! ¡Hasta
el otro carnaval!
Carnaval en el Club
San Martín. María
Ester Orzanco fue
electa reina en el
baile de carnaval re-
alizado en 1942 en
el Club San Martín.
En la foto aparecen
entre otros Juan
Carlos Sotomayor,
Consuelo Suárez,
Espartaco Antuña y
Antonio Gómez.
Carnaval en coche / Carnaval de 1930. Niños con sus disfraces recorren la ciudad en un mo-
derno coche descapotado acompañados por la niñera y el chofer, que se llamaba Lorenzo. Los
niños son Félix Pineda (luego un conocido arquitecto), Alma Pineda, Gringo Marcos y Marta Gil
Ottolenghi y Adela y Adriana Villegas. Las calles aún eran de adoquines.(Foto publicada en el
libro “El San Juan que Ud. no conoció” de Juan Carlos Bataller – Proporcionada por Lucrecia
Devoto de Godoy)
Carnavales: la reina y su corte / Esta fotografía fue tomada en el año 1942, durante el gobierno
de don Pedro Valenzuela en San Juan. Una reina de carnaval y su corte realizan una visita a las
autoridades provinciales. En la foto las señoritas posan junto al ministro de Gobierno, Zacarías
Yanzi y otros funcionarios. (Foto publicada en el libro “El San Juan que Ud. no conoció” de Juan
Carlos Bataller – Proporcionada por Dina Lloveras de Uriburu)
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