El Nuevo Diario - page 12

Caro, Humberto Canaro –her-
mano de Francisco – y final-
mente con Aníbal Troilo.
Hasta que un día comprobó que su
destino era como solista. Y fue en
ese momento en el que su voz
grave, acompañada por guitarras,
se hizo conocida en todo el país.
s s s
A fines de la década del cuarenta
ya se había perfilado como una de
las voces mayores del tango. Parti-
cipó en los filmes
El cielo en las
manos
(1949) y
Al compás de tu
mentira
(1951).
No sólo fue un gran cantor, también
fue autor y compositor y un fer-
viente defensor del lunfardo. Escri-
bió su autobiografía en un libro
titulado
Una luz de almacén
, y fue
miembro de la Academia del Lun-
fardo. En 1.985 publicó
Las voces,
Gardel y el canto
.
Era contador y eso le dio una visión
empresaria que quedó de mani-
fiesto en su emprendimiento: El
viejo almacén, un icono del tango
porteño durante muchos años, ubi-
Viernes 23 de junio de 2017
COLUMNISTAS
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@JuanCBataller
Juan Carlos Bataller
Flores.
Pero, además, se ganaba unos
pesos tocando en los cines que ex-
hibían películas mudas.
Entre los spaghetti al salmón y el
“agnelo con patate” que preparó
Silvia, mi mujer, Rivero contó que
su primer nombre, Lionel, lo había
heredado de su abuelo ingles.
—Sí, aunque te parezca raro, yo
tuve un abuelo inglés llamado
Lionel Walton, qué murió lan-
ceado por los indios pampas.
Y un día apareció el cantor.
—Con mi hermana Lidia Eva can-
tábamos algunas cosas pero
luego formé otro dúo con mi her-
mano Aníbal, con quienes hacía-
mos milongas y música sureña.
Pero fue en el tango donde en-
contraría su camino final. Al prin-
cipio como cantante de
orquestas. Primero con Julio De
T
oda historia tiene su histo-
ria
.
Quién iba a decir, por ejem-
plo, que conocería a Edmundo Ri-
vero en Roma.
Y que Rivero me presentaría al
Negro Villavicencio en Buenos
Aires.
Pero vamos a la historia.
s s s
Corría el verano europeo de 1981 y
Edmundo Rivero estaba de vaca-
ciones en Roma, acompañado por
su esposa, Julieta. Desde Buenos
Aires me informaron el hotel donde
se hospedaba. Por supuesto lo
llamé y coordinamos una entrevista
para la revista de Clarín.
Yo había leído mucho sobre Rivero.
Sabía que su primer nombre era
Leonel –así lo llamaba su esposa—
y que le costó mucho ganarse un
lugar en el tango.
—Un tanguero debe tener la pinta
de Gardel—, se decía. Y Rivero era
feo. Muy feo. Su nariz y sus manos
eran inmensas. Y su voz de bajo
fue en sus comienzos criticadas por
los “puristas” que decían que el
cantor de tangos debe ser tenor, a
lo sumo barítono.
El primer encuentro fue en el hotel,
donde compartimos un café. Luego
saldríamos a recorrer Roma, donde
tomamos fotos para la nota. Y ter-
minamos cenando en mi casa en
una de esas noches interminables
donde mis hijos –pequeños aun—
lo trataban como a un tío y las
horas pasaban casi sin darnos
cuenta.
s s s
En aquellos días Rivero había cum-
plido 70 años y por eso se regaló
unas vacaciones europeas. Rivero
era un hombre de gran cultura. Era
hijo de un ferroviario y sus comien-
zos fueron como guitarrista. Se
había formado estudiando canto y
guitarra en el Conservatorio Nacio-
nal del Barrio de Belgrano. Y como
guitarristas fueron sus comienzos,
acompañando a Nelly Omar y su
hermana, cantantes de tango. Tam-
bién acompañó a Agustín Magaldi,
Francisco Amor, el dúo Ocampo—
Cómo los enCuentros
pueden darse en el lugar
menos esperado
Sus tiempos de guitarrista de Nelly Omar y su hermana
Edmundo Rivero y su esposa Julieta junto a mi esposa Silvia y dos de nuestros hijos: Mariano y Luigi
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