El Nuevo Diario - page 5

columnista invitado
Viernes 9 de marzo de 2018
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U
no de los entretenimientos que
nos volvía locos de alegría y
emoción, era ir al cine a ver pe-
lículas, noticieros y episodios. Por
suerte a una cuadra de mi casa tenía-
mos el famoso cine “Chimborazo”. Lo
más característico es que funcionaba al
aire libre, un techo de intensas noches
estrelladas y un cierre perimetral con-
sistente en 4 paredes de adobe. Es-
taba ubicado en la esquina de Chile
(ahora Pedro Cortínez) y Leandro Alem,
frente a la bodega de López Peláez. El
ingreso se hacía por la calle Chile.
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El dueño del cine era el señor Domingo
Parodi, quien tenía otro cine con el
nombre de “Tupungato”, en calle 25 de
Mayo y Avenida Rawson; se nota que al
hombre le gustaban los volcanes.
El administrador del Chimborazo era
Don Cayetano Silva quien controlaba
las entradas.
Fue un cine al aire libre como todos los
que abundaban en San Juan por los
años 50, era lógico que estos estuvie-
ran en casi todos los departamentos
pues la provincia en verano es muy ca-
lurosa y qué mejor aprovechar el fresco
de la noches de verano para gozar de
una película al aire libre. Cerró aproxi-
madamente en 1965 a raíz de la apari-
ción de la televisión.
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Funcionaba todas las noches de ve-
rano, a partir de las 22.00 o 22.30, po-
nían en escena 2 películas, un noticiero
y 1 capítulo por noche de alguna serie
hecha en “Episodios” tales como “Tar-
zán”, “La araña negra” o el “Zorro”. La
función terminaba aproximadamente a
las 2 de la madrugada. Horario dema-
siado extenso para algunos (los más jo-
vencitos que se sentaban adelante y en
el suelo) que roncaban con tal intensi-
dad que debían ser despertados para
que regresaran a sus casas.
Ya desde de las 21 horas hacían la pro-
paganda, y ponían música de fondo a
todo volumen. Todavía retumban en mis
oídos las canciones de Libertad Lamar-
que, con su “Madreselva”, “Nostalgia”,
“Besos Brujos” etc., o de Tita Merelo,
con “Se dice de mí”, “Arrabalera” o el
“Firulete”, etc. Probablemente tenían
pocos discos y siempre pasaban los
mismos. La entrada era económica y la
gente concurría en familia. Los asientos
eran sillas esterilladas.
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Fue un símbolo de la época en esa ba-
rriada del “Pueblo Viejo de Concepción”
y el centro de encuentro de muchos
profesionales y deportistas. Ocurre que
su ubicación era estratégica rodeada de
clubes deportivos como Peñarol, San
Martín, Árbol Verde, Urquiza y Ferrovia-
rios.
A su alrededor habían algunas “casas
de cita” y quién no conocía en ese en-
tonces la existencia de prostitutas famo-
sas como “La Rebeca”, “La Rosa” y “la
Celeste”, esta última la más renom-
brada.
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Al cine concurrían famosos boxeadores
como el “loco Barrios”, Merenda, Miguel
Rodríguez, Federico Guerra y Elio Ri-
poll, entre otros.
Como nosotros éramos varios herma-
nos, mi papá no podía pagarnos la en-
trada a todos. Esta era una realidad
social de muchos por pertenecer a fami-
lias muy numerosas. Por ello una cos-
tumbre arraigada, en los que no podían
pagar, era ver las películas trepados
arriba de algún árbol que estuviera
cerca, y en verdad había varios y fron-
dosos. ¡Ningún espectador jamás se
accidentó por ver las películas desde
algún árbol!
También debo decir que algunos veci-
nos muy próximos al cine veían todas
las noches las películas cómodamente
sentados en los techos de sus casas,
sin abonar entrada. Quien más lo go-
zaba era la familia del “Porotito Juárez”
quien vivía al lado oeste, pegado al
cine.
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Solo recuerdo que en la vereda Oeste
de una de las puertas de la entrada a la
bodega de López Peláez, sobre la calle
Alem, había un inmenso sauce,como lo
habían sobrecargado en peso los “es-
pectadores” trepados en el mismo, el
pobre no resistió y se vino abajo; en su
caída aplastó literalmente a un auto es-
tacionado debajo.
Lo realmente gracioso, era ver salir de
entre las ramas, a muchachones co-
rriendo, parecían hormigas. Por suerte
ninguno se lesionó.
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Yo madrugaba con mi hermano o algún
amigo para esperar que el encargado
del cine, Don Cayetano Silva, abriera y
de esta forma éramos los primeros en
ofrecernos a llevar la “cartelera”. Así le
decíamos a un armazón triangular en
cuyas 2 amplias caras se pegaban los
afiches con la propaganda de las pelí-
culas que se exhibirían toda la semana.
También figuraban los episodios. Para
facilitar su transporte tenían 2 varas a
los lados que sobresalían en ambas
puntas y de sus extremos las levantába-
mos, uno de cada punta. ¡Qué pesada
que era!
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La cargábamos desde el cine hasta el
lugar de exhibición; en la esquina de
Chile y Urquiza, sobre la orilla del
puente y junto al caudaloso canal que
corría de norte a sur, atado de un árbol.
Allí permanecía todo el día y en la
noche antes de comenzar la función de-
bíamos ir a buscarla. Por ese “trabajito”,
nos recompensaban con la entrada gra-
tis.
Lo que la ponía más pesada era por ha-
cerle la “gauchada” a algún amiguito
que nos pedía que lo introdujéramos
dentro del armatoste para que, escon-
dido allí, poder entrar sin pagar y sin
que se diera cuenta don Cayetano. El
niño debía ser muy liviano y ser medio
equilibrista para sostenerse parado en
los pequeño rebordes internos de las
varas.
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Don Cayetano, hombre bonachón y de
gran corazón, quizás haciéndose el que
no se daba cuenta de la picardía,
cuando pasábamos delante de él con la
cartelera nos decía: ¿pesada no?
Normalmente la última función de la
temporada era el 10 de Mayo y la gente
asistía con termos y gorros de abrigo
por las inclementes heladas de la
época, pero nadie le sacaba el cuerpo,
era la única entretención nocturna para
la familia.
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El Chimborazo fue un ícono de la época
como centro comunitario, más allá de
sus películas era como un punto de reu-
nión obligatorio y de encuentros progra-
mados de todos tipo. En el espacio
destinado al público había una pista de
cemento de diversos colores, la cual se
usaba para los bailes de carnaval
donde a su alrededor se ubicaban las
sillas de totora con sus respectivas
mesas y se realizaban bailes de másca-
ras, dominós, papel picado, albahaca y
los infaltables pomos de goma, la gente
arrojaba agua sobre las paredes desde
afuera y todo era diversión, no había
enfrentamientos personales. La esquina
de Chimborazo era famosa por la con-
fluencia de todo tipo de personajes de
la época y de la barriada, deportistas,
quinieleros, gigolós y de aquellos que
pasaron gran parte de su vida afirma-
dos a la única boletería de un cine de
barrio.
El cine
Chimborazo
Una nota
de Dr. Gregorio
Sánchez
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