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Viernes 1 de julio de 2016
Sandra Pujado pasó de traba-
jar en una escuela del Barrio
Capitán Lazo, a recorrer 100
kilómetros diarios para dar cla-
ses en Sarmiento. A pesar del
sinnúmero de limitaciones que
tienen en la zona, ni siquiera
hay señal de celular, sueña
con que sus estudiantes ten-
gan otras oportunidades.
C
ada día es una aventura para
Sandra Pujado. Ella es maestra
en Cochagual, Sarmiento. Con
ese destino parte cada mañana muy tem-
prano junto a dos compañeros, logrando
sobreponerse al calor, al frío o a la neblina
que los envuelva en la ruta. Después de
50 kilómetros recorridos, al costado de la
ruta provincial 295, se encuentran con su
lugar de trabajo, la Escuela Dr. Anacleto
Gil Emer, que tiene menos de doscientos
alumnos.
Luego de que suena la campana, Sandra
se va con sus estudiantes del secundario
al galpón donde tienen clases, que ade-
más funciona como depósito. En la zona
no hay señal de celular, son muchas las
necesidades materiales y, probablemente,
la mayoría de sus alumnos se dedique a
trabajar en la agricultura, antes que a ter-
minar la escuela. A pesar de eso, ella tra-
baja para mostrarles otras realidades. Con
esa idea llegó hace un par de años a Co-
chagual, antes trabajaba en una escuela
del Barrio Capitán Lazo. Fue un vuelco en
su vida, que le da la satisfacción de saber
que hace algo distinto.
—¿Cómo es tu rutina para llegar a la
escuela?
—Me levanto a las 6 y a las 7 nos junta-
mos con dos compañeros. Son más de
50Km y cada día es una aventura. Nos
reímos, charlamos de nuestros proble-
mas, y en la escuela pasamos muchas
horas porque tenemos jornada completa.
—¿Qué grados tenés a cargo?
—Soy maestra tutora y tengo a cargo se-
gundo y tercer año. Solo hay ciclo básico
del secundario. Cada veinte días llega un
profesor, de matemática, lengua, sociales,
naturales, tecnología e inglés; inicia la
unidad y lo demás lo sigo yo.
—¿Cómo fue que pasaste del Capitán
Lazo a Cochagual?
—Estoy separada y buscando una mejor
jubilación, pedí el traslado. Necesitaba un
cambio. A veces llega un momento en el
que decís “esto me aburre totalmente”.
Siento que cuando termine mi carrera lo
voy a hacer con la satisfacción de que
estoy haciendo algo distinto, que no es
solamente dar clases y volver a casa.
—Esto te demanda mayor compromiso.
—Para mí no tiene sentido si no dejo algo
importante para los chicos. A la Escuela
logramos llevar a “Indiana Virtuosi”, que
vino con Mozarteum y el año pasado los
alumnos hicieron un corto. Me propuse
que cada año ellos puedan ver otra parte-
cita del mundo, ni siquiera conocen la
ciudad de San Juan y son adolescen-
tes, llenos de ganas y trabajadores.
Por ahí llega mayo y todavía no
puedo empezar a desarrollar el
programa porque están traba-
jando. Vienen y me lo dicen con
todo el orgullo, y es para com-
prarse los útiles, o una campera.
—¿Cómo das clases a los dos cur-
sos?
—En un galpón que está afuera de la es-
cuela. En la mitad está el depósito y la
otra es para los cursos. De un lado tengo
a los de segundo y del otro a los de ter-
cero. No te puedo decir el frío que hace, y
veo a mis alumnos vestidos con una cam-
perita, un bucito. Las maestras llevamos
bolsas de ropa y hacemos sorteos.
—Últimamente se conocen hechos de
violencia, de maltrato a los docentes,
¿eso como lo vivís?
—Nada, al contrario. Ojo, los profesores
itinerantes cuentan que en escuelas cer-
canas tienen problemas por droga. No
sé qué tiene esta población de Cocha-
gual, no existe la violencia. Mas allá de
que en lo pedagógico no se pueda
avanzar mucho, tenemos que preservar
eso. Yo salgo y entro del salón y nunca
sentí un “allá viene la vieja”.
—Es como era antes, que al docente
se lo respetaba mucho.
—Siempre va a ser poco lo que doy
para lo que recibo y creo que mis alum-
nos merecen lo mismo que el chico que
está en la plaza 25 de Mayo.
—¿Cómo es tu relación con los
papás?
—Son gente de trabajo, muy jóvenes.
Tengo adolescentes con padres de 30
años y 8 hijos. La mayoría hizo el ciclo
“
”
Me gustaría cada año
poder abrir su cabecita
y dejar una luz de
curiosidad, por lo que sea.
Que sepan que lo que
viven ahí es muy bueno,
pero no lo único
básico secundario y no pudo seguir. La
escuela más cercana para continuar el se-
cundario está a 12 kilómetros y sin bue-
nas líneas de colectivo. De los doce que
egresaron el año pasado, a lo mejor 5 van
a la Agrotécnica de Sarmiento.
—¿Cómo te acompañaron tus hijos en
este cambio?
—Es como que estalló una bomba, pero
entre los tres (ella y sus dos hijos) nos
echamos a cuestas el cambio. Toda mi
vida trabajé, pero en la tarde. Amanecía
tranquila, me iba a las 13 y volvía a las
18. Ahora no sé qué pasa en mi casa du-
rante todo el día, es angustiante. Física-
mente no te queda resto. Pero cuando la
escuela tiene que brillar, brilla. Ahora aca-
ban de llevar el aula virtual, con 30 com-
putadoras pequeñas, pero no está
habilitada y ocupa un lugar importantísimo
.
—Eso es algo paradójico, porque no
tienen señal de celular, menos internet.
—Claro y por ejemplo yo tengo que
guiarme con libros que mis alumnos no
tienen. Lo que hicimos fue meter los libros
en las netbook pero, en tercer año, una
sola está funcionando. Las demás están
bloqueadas o las mandamos a arreglar.
Cada día es una aventura.
—¿Te acordás de alguna en particular?
—Hay cuestiones que pasan a ser cosas
cotidianas. Si el portero falta hay un
maestro que se pone el delantal y prepara
la comida para toda la escuela. Al princi-
pio, me sorprendía, estaba reacia y decía
“yo no voy a servir comida”. Los chicos
me decían: “no hay drama profe, siéntese
y yo sirvo”.
—¿Qué te gustaría dejarles a los chi-
cos?,más alla del conocimiento.
—Me gustaría cada año poder abrir su ca-
becita y dejar una luz de curiosidad, por lo
que sea. Que sepan que lo que viven ahí
es muy bueno, pero no lo único. Sueño
con que mis alumnos de tercer año pue-
dan hacer un viaje de estudios. Y me gus-
taría hacer un centro de ex alumnos. No
que terminen y se dediquen a criar niños.
Pero claro, o das clases, o das comida,
igual creo que en algún momento lo voy a
poder hacer.
La aventura diaria
de dar clases
en Cochagual
Sandra junto a algunos de
sus alumnos de segundo y
tercer año del secundario.
SANDRA PUJADO, MAESTRA RURAL