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–En San Francisco, Estados Unidos. Pero la historia es intere‑
sante. Otro día te la cuento.
Me pareció que Ignacio no quería tocar el tema ante un grupo
numeroso.
De aquella charla pasaron tres meses.
Esta vez el encuentro con Ignacio fue en un viaje a Buenos
Aires.
Nos tocaron asientos contiguos y aprovechamos para charlar la
hora y media de viaje.
Una vez que el avión alcanzó su altura de vuelo y las azafatas
nos sirvieron el desayuno, mi amigo abordó el tema.
–¿Recuerdas que hace un tiempo me preguntaste por Lucas?
–Sí, me dijiste que estaba viviendo en San Francisco.
–Es cierto. Pero no te conté toda la historia porque aún me
cuesta hablar de ello…
–¿Por qué?
–Mirá, esta provincia es difícil. Cada cual carga con sus secre‑
tos, sus medias verdades, sus historias…
–Es así. Es como que si no hablando de ciertos temas, los pro‑
blemas desaparecieran.
–Sin ir más lejos, yo tengo amigos con hijos que cayeron en la
droga y los tienen internados en Buenos Aires o en Córdoba
pero a nadie le hablan del calvario por el que han pasado y aún
pasan.
–Dicen que hay centenares de chicos con ese problema.
–Por supuesto. Como también hay hombres y mujeres que tie‑
nen una doble vida y sus parejas prefieren hacer como que no
lo saben en lugar de separarse…
–Conozco algún caso…
–Me contaron de un gran empresario que tiene SIDA y se trata
fuera de la provincia pues sabe que su vida cambiará si acá se
sabe…
Juan Carlos Bataller
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