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O peor aún,
“Amor con capacidades especiales”.
Absurdo.. ¿no?
El amor, para el poeta, el escritor o para cualquier simple mor‑
tal, puede ser ciego, loco, enfermo o sublime.
Pero si se trata de personas, las cosas cambian.
De un tiempo a esta parte, los
“progre”
nos están imponiendo
un idioma
“políticamente correcto”.
Para ellos, las palabras que usamos toda la vida son
“descalifi‑
cantes”.
Y la verdad es que ya no sé si mis amigos de siempre siguen
siendo el
Chicato
José, el
Narigón
Pérez, o el
Negro
López.
¿Cómo tendré que llamar de ahora en más al
Petiso
González?
Si seguimos así vamos a escuchar en una cancha de fútbol que
un hincha le grita al árbitro:
“¡Hombre de incipiente calvicie
penetrado por zonas erróneas!”.
¡Andá!
Hubo un tiempo no tan lejano que a un ciego se le llamaba
ciego, a un manco manco y a un petiso, petiso.
Y nadie se sentía ofendido por ello.
Nadie se sentía herido por contar que en la mitología griega
Edipo murió ciego. O que Juan Sebastián Bach, aquel maravi‑
lloso músico creador de la escuela moderna, al final de su vida,
sufrió una grave enfermedad de los ojos que le dejó completa‑
mente ciego.
Es normal que los hombres, hasta los que han dejado una huella
más profunda en la historia, pueden ser acosados por el sufri‑
miento en algún momento de su vida. Como Ludwig van Bee‑
thoven que no podía escuchar con sus oídos cerrados a la
música que él mismo componía o había compuesto. Debía con‑
tentarse con escucharla en su espíritu... interpretada por su fan‑
tasía y su cerebro.
Juan Manuel Fangio era chueco y se consagró cinco veces cam‑
peón mundial del fórmula 1.
Juan Carlos Bataller
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