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Un jugador de fútbol, Victorio Casas, era manco y jugó en la
primera de San Lorenzo de Almagro.
Danny De Vito, el famoso actor, mide 1,47.
Franklin Delano Roosevelt llegó a la gobernación de Nueva
York primero y a la presidencia de los Estados Unidos después
en silla de ruedas.
Y el político con más intención de voto en la Capital Federal no
es un hombre sino una mujer que no puede caminar.
Pero de pronto, en lugar de valorar a quienes se sobreponen a
todos los escollos y demuestran que no son minusválidos ni
discapacitados, comenzaron a “trasvertirlos”.
Aparecieron los
“humanistas”
de la palabra.
A los ciegos comenzaron por llamarlos no videntes.
Después alguien insinuó que era menos duro llamarlos discapa‑
citados.
Otro sugirió “minusválido”
Y otro respondió que esas palabras también eran denigrantes y
que había que llamarlos personas “con capacidades especiales”.
Estupideces. Simples estupideces.
Lo importante, queridos amigos, es que en lugar de bastardear
las palabras, integremos definitivamente a todos los que sufren
algún problema en el mundo del trabajo y de la sociedad.
Indigna que los mismos que se rasgan las vestiduras si alguien
llama a cada cosa por su nombre sean los que estacionan el auto
frente a una rampa para quienes se mueven en sillas de ruedas
o los que no hacen nada para que los ciegos, los sordos o los pa‑
ralíticos puedan cursar normalmente en las universidades. O
los que los que no exigen que se cumplan con los cupos labora‑
les.
Las palabras sólo son insultantes cuando se las utiliza como in‑
sulto.
Si a mi me dicen colorado o flaco a Gioja, o gorda a Lilita Carrió
La cena de los jueves
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