“
Operadores
que mienten
descaradamente ante
la prensa, tergiversan
los hechos y usan
un lenguaje
chabacano.
Las Facultades, las Corporaciones
deberían, hace rato, haber tomado
conocimiento de ello y proveer lo
pertinente. Duela a quien duela.
Viernes 28 de septiembre de 2018
(*) Fiscal General de la Corte de Justicia
Ex Presidente del Consejo de Procuradores, Fiscales, Defen-
sores y Asesores Generales de la República Argentina
Ex Presidente del Consejo Federal de Política Criminal de los
Ministerios Públicos de la República Argentina
Ex Presidente del Foro de Abogados de la Pcia. de San Juan
Quede claro que, lo he sostenido
desde siempre, la Administración
de Justicia ha tenido, y tiene, los sufi-
cientes defectos por sí misma como
para ganarse la insatisfacción de la
sociedad, de los ciudadanos. Ello,
creo es así, lo creo sinceramente.
Pero, también es cierto, existen
otros factores, en este caso exter-
nos, que colaboran injustamente a
que ello suceda.
En efecto, nadie puede, seria-
mente, desconocer que hay opera-
dores del sistema que públicamente
“destilan” ignorancia y que al mismo
tiempo, para peor, consiguen, de
algún modo, se propalen las inexacti-
tudes que sostienen.
Operadores que encuentran su mo-
mento de efímera fama, y en juicio
piden sobreseimiento para su cliente
cuando corresponde pedir, en esa
etapa, absolución, o que repiten fra-
ses hechas no aplicables al caso al
que se refieren.
Operadores que mienten descara-
damente ante la prensa, tergiver-
san los hechos y usan un lenguaje
chabacano -que no es lo mismo que
llano e informal- intentando confundir
al destinatario del mensaje.
Es decir, a la Administración de
Justicia la hacemos todos. Claro
está, los primeros obligados somos
los funcionarios, pero, claro es, tam-
bién, que los operadores externos tie-
nen mucho que aportar, de eso no
debe quedar duda así como que mu-
chos, demasiados, no lo hacen.
Lo digo con conocimiento de causa,
y no sin tristeza, hay demasiados
operadores que mienten mejor por los
medios que como actúan en los casos,
ello es una realidad dolorosa guste a
quien guste.
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algo de alguien
Escribe
Gustavo Ruckschloss
“
La historia y
el arte estarían en
los museos y
monumentos, pero a
mí me encantó aquel
momento de luz y de
sombras.
Postal
D
espués de una larga jornada
de caminar y caminar por una
vieja, honorable, histórica y,
sobre todo, muy gran ciudad, decidí
hacer un alto, y comer algo y parar un
poco. Al andar di con una avenida que
en lo bajo de la ciudad, llenaba el pai-
saje con sus recovas cubriendo las
veredas. Caminé por las arcadas lle-
nas de negocios para los turistas. Allí
había desde los típicos vendedores de
souvenirs de dudoso buen gusto y
menor legitimidad, hasta alguno que
otro negocio serio.
Todo salpicado con muchos lugares
para comer o picar. Precisamente, en
uno de ellos me detuve a comprar
algún bocadillo que junto a una ga-
seosa fui a comer en el fondo del
local. A esa hora había mucha gente y
parecía que con hambre, porque
todos los otros negocios estaban re-
pletos. Como lo que me interesaba
era echarle algo a mi panza, me con-
formé con lo que ofrecía más que con
su facha. Estaba poblado de gente y
de unas banquetas altas que, en des-
parejos rincones, ubicaban a los co-
mensales. Cada cual descansaba su
trajinado cuerpo y procuraba saciar
hambre y sed en ese pequeño tiempo
que uno trataba de estirar al máximo
antes de seguir. Cada cual se ubicaba
dónde podía y mirábamos los chorros
de luz que el sol enviaba por algunos
lados y hacía al lugar un poco más cá-
lido y permitía fabricar sombras y si-
luetas. Yo, que estaba en el fondo, de
golpe, vi que algo se movía. Era, ni
más ni menos que una paloma que se
había metido al negocio, hasta aden-
tro, y por el suelo buscaba miguitas y
comida caída, las que encontraba sin
el menor sobresalto; luego otra y otra
paloma.
Parecía que se reunían para comer y
hacer vida social. Ellas, allá por el
piso, abajo, comiendo juntitas y tran-
quilas, buena comida gratis, mientras
conversan y, seguro, que se ríen de
nosotros. Y nosotros, que arriba co-
míamos lo que había, apurados e im-
pacientes por seguir y, casi, sin
saborear lo que teníamos en trámite.
Terminé y sin muchas ganas, me le-
vanté y fui a pagar sin dejar de mirar-
las, en su comer y su moverse sin fin.
No sé si eran de la paz, pero sí sé que
eran gordas y simpáticas. La historia y
el arte estarían en los museos y mo-
numentos, pero a mí me encantó
aquel momento de luz y de sombras
en movimiento, de vida cotidiana en
un lugar lejano y, a la vez, común.
Los charlatanes
temas de la justicia
Escribe
Eduardo Quattropani*
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