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Eduardo Peñafort
*
*Filósofo, Crítico de Arte
.
E
n nuestra comunicación coti-
diana, la elegancia tiene que
ver con la moda y con la deco-
ración. Este uso, referido a individuos
concretos, se remonta a los tiempos de
Nerón cuando Cayo Petronio fue lla-
mado “árbitro de la elegancia”, se con-
tinuó en tiempos de la regencia de Jorge
IV con el “Bello Brummell” y, en
nuestro tiempo, en las designaciones de
las “mujeres más elegantes del
mundo”. Si bien a la elegancia se la re-
laciona con lo bello y lo sencillo, estos
conceptos son relativos y pagan su tri-
buto a los cambios de gusto. En forma
restringida, la filosofía de las ciencias
utiliza la “elegancia” para evaluar la
simplicidad de las teorías y, en el
campo de la medicina, nos enteramos a
través del diccionario, que también es el
nombre de una patología – aunque se
trata de un uso totalmente exòtico -.
Don José Ortega y Gasset sobre este
tema resulta iluminador. El autor remite
el origen de la palabra al verbo
“elego” – cuyo participio es justamente
“elegans” - y significa elegir. En el latín
antiguo, el elegante es el que elige –
uno de sus derivados es la palabra “in-
teligente”. De este remoto uso, se con-
cluye que la elegancia es el arte de
elegir bien. Ciertamente existen
elecciones en distintos campos, al-
gunas son de una seriedad absoluta
– puesto que determinan la vida in-
dividual y comunitaria – y otras
mucho más frívolas, aunque no por
ello menos relevantes en nuestro
mundo de la vida. Allí volvemos a
encontrarnos con el arte, la decora-
ción y la moda, pero no como tal o
cual atributo – la importancia de la
corbata, el vestido negro con collar
de perlas o el color azul – sino justa-
mente con el criterio para elegir
entre posibilidades: la elegancia de
la conducta.
En nuestro tiempo, la moda es un
lenguaje de imágenes a las que se
adaptan los individuos. Por su-
puesto que esas imágenes son expre-
siones de un pensamiento. La moda
pone de manifiesto que se trata de
un pensamiento manipulable pero
también que existen otros límites
entre lo elegible y lo imposible de
elegir. El corte de pelo a lo mohi-
cano y los tatuajes, por ejemplo, son
opcionales. Todo parece total liber-
tad, pero claro, es una libertad sin
Escribe
IMÁGENES
ss
libertad: se trata de una adaptación
cambiable a los dictados sin sentido
de la fantasía de alguna desconocida
inteligencia universal.
La elegancia es el arte de elegir.
¿Quién puede tener en cuenta ciertas
opciones? Nos enteramos que los ves-
tidos en la entrega del Oscar, en dis-
tintas ediciones – hecho que confirma
la tendencia –, tienen costos impor-
tantes, al menos para los asalariados
argentinos: Cate Blanchett (200.000
dólares), Nicole Kidman (2.000.000
de dólares – en 1997-) y Jennifer
Lawrence – una joven actriz de poco
más de 25 años – (4.000.000 de dóla-
res).
Discutir la posibilidad de elección en
este contexto es imposible, por ello la
elegancia siempre se mantendrá en el
mundo de los simulacros – donde la
diferencia se establece entre La Sa-
lada, los imitadores más o menos
caros y los imposibles -. Las diferen-
cias insalvables y no la masividad
impiden, finalmente, ser elegante.
Vivir en los tiempos post-elegantes
Viernes 11 de marzo de 2016
Jennifer Lawrence en la entrega del Oscar