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como si se tratara de bebé de pechos y no de hombres hechos y
derechos que ya llevan 15 o 20 años de recibidos, son casados,
tienen hijos y algunos hasta pronto serán abuelos.
—¿Y por qué llaman ancianos, sexagenarios o sencillamente
viejos a quienes pasan los 60?
—Lo hacen como una forma de marcar diferencia con ellos. Es
como decir
, “yo soy joven y no me voy a morir”.
Si nuestra amiga psicóloga tiene razón, el periodismo está su‑
perpoblado de temerosos a la muerte.
En los últimos años, se está tratando de imponer el “don” como
título casi de nobleza.
Antes se le decía “don Pedro” o “don Luis” a cualquier persona
mayor, como tratamiento de respeto.
Por ahí alguno decía en la calle,
“¡oiga, don!”,
no como respeto
sino porque no le conocía el nombre.
En la mafia, en cambio, el título de
“don”
está reservado a los
jefes de familia, los
“cappomafia”.
Por eso cada familia tiene un
solo “don”,
el “don”.
¿Será de ahí que ahora en San Juan tenemos cuatro o cinco
“dones” a los que el periodismo no puede mencionar sin agre‑
garle la palabra “don”?
A toda esta pléyade se agregan los que adosan a su nombre el
título académico que utilizan. Muchas veces se trata de títulos
usurpados pues no se corresponde con el que obtuvieron en la
universidad.
Llaman por teléfono y dicen
“habla el doctor Pedro Esquivel”,
“habla la magíster Laura Reales”.
La gente verdaderamente famosa o importante, nunca dice los
títulos que posee.
¿Se imagina escuchar que
“habla el doctor Obama”, o “el doc‑
tor Che Guevara”?
Sonaría absurdo.
Juan Carlos Bataller
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