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modifican a lo largo de la vida de acuerdo al aprendizaje y a
las experiencias de la persona. La cantidad total de sinapsis
en el cerebro no se conoce pero es un número casi inimagina‑
blemente elevado.
En ese momento mis neuronas debían estar estableciendo enla‑
ces a una velocidad increíble. Una de esas neuronas segura‑
mente ordenó que hablara y me escuché decir:
–¿Qué te pasó, Tito?
Otra neurona me trajo la voz de Tito.
–Es la vida, hermano.
Una tercera neurona buscaba en los archivos de la memoria y
traía hacía mi a aquel muchachito estudioso, un poco miope, tí‑
mido pero muy responsable, hijo único de un panadero y su
mujer, ambos españoles.
–Vení, Tito, vamos al café de la esquina.
–No quiero molestarte. Si podés dame diez pesos y ya está…
–Yo te doy cien pesos pero vos me asegurás que no es para
tomar…
–Juan Carlos, a vos no te puedo mentir.
Y se iba el Tito, sin los 10 pesos y con las miles de preguntas
que había dejado en mi cerebro.
Diez minutos más tarde estábamos en el café. Lo había conven‑
cido. Y Tito me contaba su vida.
–¿Vos llegaste a recibirte?
–No dejé en cuarto año, cuando murió mi padre. Me casé con 23
años y entré a trabajar en una empresa de la que llegué a ser ge‑
rente.
–Estamos hablando de 30 años atrás…
–Más o menos. Con Nancy, mi mujer, tuvimos cuatro hijos. Ella
era mendocina y había venido a San Juan como empleada de
esa empresa. No fue fácil mi vida pero no me podía quejar. En
20 años de casados pudimos tener nuestra casa, compramos un
La cena de los jueves
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