la_cena_de_los_jueves2 - page 56

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cuerdo que le dije tras media hora de charla.
–Hermano, nunca hubo casamiento. Con la flaca convivimos y
somos los padres del nene pero yo soy muy joven para casarme.
–Pero dicen tus padres que ya estás instalado, que has com‑
prado casa…
–Pobres viejos. Son tan pueblerinos… Es cierto que compré un
departamento y que ya tengo a mi cargo toda el área de com‑
pras de los Cotton pero hay cosas que no puedo hablar con
ellos.
–¿Por qué?
–Imaginate, ellos se han pasado la vida laburando y ¿qué tie‑
nen? Nada. Un auto que se les cae a pedazos, una casa alqui‑
lada. Mi viejo, como ingeniero, se conforma con un cargo de
profesor. La máxima aspiración es una buena jubilación…
–¿Y vos?
–Mirame. Soy el encargado de compras de un millón de dólares
mensuales… Tengo un buen sueldo y quién quiera ser provee‑
dor de los Cotton debe dejar su óbolo… Laburo cinco años más
y salgo millonario…
Tras sus vacaciones, Pucho volvió a Buenos Aires. Y tres años
más tarde una noticia nos impactó a sus parientes y amigos.
–Pucho murió.
Su mamá nos contó:
–Pobrecito; tenía sólo 28 años y trabajaba 15 horas por día. Hace
dos meses lo echaron sin causa alguna de los supermercados
Cotton. Esto le produjo una gran depresión y le ocasionó un
aneurisma que lo liquidó…
Quedamos todos consternados. Pero la información era parcial.
Laura, la hermana de Pucho que acababa de recibirse de bióloga
marina en Mar del Plata, nos dio la versión completa un par de
años más tarde.
–Pucho nunca cambió. Le gustaba la fiesta, el trago, la cocaína,
Juan Carlos Bataller
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