la_cena_de_los_jueves2 - page 54

54
cuelgan pequeñas bolsitas, que a modo de alforjas contienen ce‑
reales, tabaco y billetes enrollados que funcionan como exvotos
para propiciar la adquisición de bienes materiales.
Para lograr los favores, hay que hacer “fumar” al Ekeko en el
momento en que se pone el objeto. A tal fin, la figura presenta
una oquedad en la boca, y es allí donde debe colocarse un ciga‑
rrillo encendido. Si el deseo o pedido es aceptado, del cigarrillo
saldrá humo como si realmente el Ekeko fumara.
Pero el Pucho no era un especialista en satisfacer pedidos.
A él sólo le gustaba fumar.
Y a partir de los 13, cuando advirtió que la Coca cola tenía otro
gusto si se le agregaba fernet, también le gustó beber.
Sí, el Pucho siempre vivió apurado.
Hijo de un ingeniero y una maestra fue un precoz vicioso. A los
12 ya había debutado con la Catalina, la empleada de la casa.
La Catalina tres años mayor y desde nena adicta a los entreve‑
ros sexuales, no sólo inició al Pucho sino que un par de meses
más tarde hasta aceptaba –con cierta dosis de sumisión y orgu‑
llo por tener un “chulo”–, que le trajera compañeros a la casa,
cuando los padres estaban trabajando. Y que el Pucho se que‑
dara con los 10 pesos que cobraba por los servicios catalinejos.
A los 13, el aprendiz de proxeneta quedó libre por faltas en la
Industrial. Había descubierto el billar, que pronto se transformó
en su pasión mañanera.
Así siguió la vida de Pucho.
Con pasiones y vicios que le duraban poco pero que lo fueron
modelando con un perfil muy especial.
A los 18 el inventario personal indicaba que había completado
tercer año de una escuela nocturna en Santa Lucía, que tenía de‑
cenas de amigos que lo querían y algunos hasta lo admiraban y
Juan Carlos Bataller
1...,44,45,46,47,48,49,50,51,52,53 55,56,57,58,59,60,61,62,63,64,...206
Powered by FlippingBook