El Nuevo Diario - page 10

La mujer que llegó a reunir una fortuna de 25 de millones de dólares y que para
lograrla tuvo que acostarse con no menos de 10 mil hombres
Viernes 29 de septiembre de 2017
s
P
ocos sabían en Niza quién era
aquella inquilina del segundo
piso del número 26 de la rue
d’Angleterre.
ara los que llegan a verla es una an-
ciana de pelo blanco, de ojos negros
profundos y gitanos pero inmensamente
tristes. Sus facciones son nobles y co-
rrectas. Su andar cansado lento y difícil.
La anciana del segundo piso tiene las
manos extremadamente delgadas tan
finas que se transparenta los huesos.
La mirada está detenida entre el des-
precio y las lágrimas.
Su porte juega siempre al rojo, enre-
dado entre el reuma que la dobla y el
orgullo que la mantiene viva y erguida.
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Quién podría pensar que esa anciana
llegó a reunir una fortuna de 25 millo-
nes de dólares –hoy serían más de
500 millones- y que para lograrla
tuvo que acostarse con no menos de
10 mil hombres.
Quién podría pensar que esa anciana,
la inquilina del segundo piso, era o fue
,
la bella Otero
, la mujer que tenía los
coches más elegantes que corrían por
Los Campos Eliseos, los caballos más
hermosos de París.
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Sí, atrás de aquel rostro apergaminado
están los recuerdos de la bailarina es-
pañola a quien los pintores de moda,
Baldini y Flameng, decoraron los mag-
níficos salones de su mansión, y
cuando sus puertas se abrían en los
días que daba fiestas, quince criados
recibían a los invitados en la escalera.
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Pero todo aquello es historia. O lo fue,
hasta 1965, cuando a los 97 años falle-
ció la Bella Otero Dicen que desde que
empezó a envejecer nadie consiguió fo-
tografiarla.
“París Match”
le ofreció dinero “,
Jour
de France”
le suplico de rodillas, lo
mismo que
“Tempo”.
El poeta D’An-
nunzio, le mandó unos versos antes de
ir a visitarla.
Eduardo VII viajaba de Londres a París
con bastante asiduidad para hacerle vi-
sitas.
El zar Nicolás de Rusía llegaba a la Es-
tación del Este de incógnito con una
joya de la corona para cada encuentro.
El kaiser Guillermo II presumía delante
de todos los que lo rodeaban de su
amistad.
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La historia de esta mujer había comen-
zado mucho antes.
Agustina Otero
Iglesias
–o Carolina Rodríguez–, cono-
cida en todo el mundo como
La Bella
Otero
, nació en Valga, España, el 4 de
noviembre de 1868 bajo el signo de Es-
corpio y pasó a la historia como una ce-
lebridad por su hermosura, que la hizo
famosa en toda Europa como una de
las cortesanas –¿merece que se la
llame prostituta?–, de la
Belle Époque
,
sin duda alguna una de las mujeres
más destacadas en los círculos artísti-
cos y galantes del París de principios
del siglo XX.
Hija de madre soltera que no se ocupó
de ella, a los diez años padeció una
agresión sexual –nada fuera de lo
común en la España de fines de siglo
XIX–, razón por la cual cuando aún no
había cumplido los once años huyó de
su casa y nunca regresó a
Valga
, su
pueblo natal.
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Después de fugarse de su pueblo, cam-
bió su nombre de pila Agustina por el
de Carolina.
Se ignora qué hizo para sobrevivir, pero
se sabe que a los trece años trabajaba
en una compañía de cómicos ambulan-
tes venidos de Portugal.
Aproximadamente a los diecisiete años
abandonó a los portugueses y se de-
dicó a bailar en tascas de mala muerte
y a ejercer la prostitución en cualquier
lugar de esa España contradictoria y
falsamente moralista.
Había cumplido veinte años cuando co-
noció en Barcelona a un banquero que
primero la probó y luego la quiso pro-
mocionar como bailarina en Francia.
Con él viajó a Marsella y, cuando cono-
ció el ambiente y se sintió segura aban-
donó al banquero y se dedicó a
promocionarse a sí misma.
Poco tiempo después era una bailarina
conocida en toda Francia, y había con-
seguido nombre propio:
La Bella
Otero.
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Aunque no era una bailarina profesional
y su actuación era producto más del
instinto que de la técnica, su danza –
una mezcla de estilos flamenco, fan-
dangos o danzas exóticas– la hizo
célebre, casi tanto como su origen. La
Otero no dejaba de poner énfasis en su
origen español, que por aquellos tiem-
pos resultaba exótico para los france-
ses.
En canto se reveló como competente y
descolló como actriz, actividad para la
que parecía tener cualidades de naci-
miento.
Estas características le permitieron in-
terpretar ciertas obras de prestigio
como
“Carmen”,
de
Bizet
y algunas
piezas teatrales como
“Nuit”
de
Nöel
.
Claro que llegar a las tablas no le re-
sulto ni fácil ni gratis. Su ascenso en el
mundo artístico lo debe haber pagado
con muchas noches de concesiones
sexuales que sólo ella sabrá cuánto le
costaron.
Pero como su objetivo era claro, ter-
minó siendo amante de hombres influ-
yentes, famosos y algunos muy
poderosos entre los que se cuentan
Leopoldo II de Bélgica, el káiser Wil-
helm y Alberto de Mónaco
. Para en-
10
La Bella Otero
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