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Viernes 29 de abril de 2016
EPIDEMIAS...¡LAS DE ANTES!
nota de tapa
Viene de página anterior
s
L
a mortalidad infantil en 1813
era tremenda. Se calcula que
moría el 95 por ciento de los niños
que nacían. La población hablaba
del “mal de los siete días” pues en
ese lapso se producía la mayoría
de las muertes.
Aunque se presume que los dece-
sos eran ocasionados por tétano
por infección del ombligo, se adju-
dicó las muertes a “un espasmo
que entre otras cosas lo ocasiona
el agua fría con que son bautiza-
dos”. Ante ello, el 4 de agosto de
1813, el Supremo Poder Ejecutivo
de las Provincias Unidas del Río de
la Plata, dictó un decreto dispo-
niendo que los bautismos se hicie-
ran con agua templada.
No al agua hervida
Líderes en tuberculosis
Llega el cólera
L
a primera ley de vacunación oficial y obli-
gatoria contra la viruela que asolaba San
Juan, fue sancionada por el gobernador José
Ignacio de la Roza en 1816.
Habilitaba a los jueces de Cuartel Urbanos “al
alistamiento de los niños de ambos sexos, sin
excepción de clase, que no hayan disfrutado
el beneficio preservativo del virus vacuno”.
En San Juan ya se había vacunado mucha
gente desde que se dio a conocer por Jenner,
su descubridor, en 1796.
D
urante la epidemia
del verano de 1868
se reunieron los médicos
locales para analizar las
medidas a adoptar para
combatir el cólera.
El doctor Daniel S. Au-
bone, un abogado pre-
sente en dicha reunión,
explicó que había leído
que se recomendaba hervir el agua por con-
siderar que era el mayor vehículo de transmi-
sión de los vibriones coléricos.
La comisión de médicos se opuso terminan-
temente pues consideraba que, “por el con-
trario, lejos de matar el vibrión el agua
hervida producía dispepsia”.
Una comisión de médicos venida de Buenos
Aires puso las cosas en su lugar y reco-
mendó hervir el agua.
E
n el verano de 1868 se desarro-
lló una gran epidemia de cólera
en San Juan.
Era la época de la triple alianza con-
tra el Paraguay y se supo que el có-
lera había causado estragos en
otros puntos de América
del Sur.
Pocos conocimientos
científicos se tenían
sobre la forma de com-
batir el mal pero el go-
bierno dispuso una enérgica campaña dis-
poniendo de varios médicos.
En lo que era la Capilla de Dolores (que
estaba ubicada en la esquina de Caseros
y Rivadavia), se estableció un lazareto.
En esos días se supo que un médico fran-
cés, el doctor A. de Grand Boulogne, reco-
mendaba beber una infusión de menta
piperina, tratamiento con el que había do-
blegado al mal en Marsella, por lo que se
ordenó traer carros de esa hierba de una
propiedad de la familia Ruiz en Ullum.
San Juan tuvo varias
epidemias, muchas
ridículamente tratadas
Digamos que en rigor de la verdad, las epidemias no son cosa
nueva en San Juan. La historia nos demuestra que hemos pasado
por varias. Un hermoso libro escrito en los años 30 por el
doctor Antonio Carelli, nos cuenta de algunos casos que trajeron
muertos y preocupaciones.
Primeras vacunas
Moría más gente
de la que nacía
L
lama la atención que las estadísti-
cas de las dos últimas décadas
del siglo XIX demostraran que moría
más gente de la que nacía.
La mortalidad infantil era espantosa.
La ciudad de San Juan tenía en aque-
llos años 9 mil habitantes. y morían
entre 300 y 400 personas por mes, el
90 por ciento de los cuales eran
niños.
Las enfermedades más comunes
eran la fiebre tifoidea, el sarampión y
la difteria.
Todo indica que las acequias y los
pozos negros fueron las principales
causas de la fiebre tifoidea, una enfer-
medad endémica en San Juan.
Las acequias pasaban por el medio
de las manzanas y el agua se utili-
zaba no sólo para regar sino que tam-
bién se bebía.
La falta de cloacas, por otra parte,
obligaba a tener los pozos negros los
que generalmente estaban en el
mismo baño.
”Entre sinsabores y amarguras, con-
trariedades y desfallecimientos, llega-
mos al término del año 1894 que
puede llamarse el año de los infortu-
nios para esta provincia que se ha
visto y se ve afectada por toda clase
de calamidades que puedan des-
atarse sobre un pueblo: peste, crisis y
terremotos. Como si la providencia
hubiera querido poner a prueba todas
nuestras energías, ilusiones y espe-
ranzas”.
Editorial del Diario La Unión, despi-
diendo el año 1894. Ese año en San
Juan hubo más defunciones que
nacimientos.
E
l número de julio de la
“Alianza de Higiene Social”,
órgano de la Liga Argentina de
Lucha contra la Tuberculosis, re-
gistra estadísticas de la mortali-
dad tuberculosa en la Argentina.
La ciudad de San Juan ocupa el
primer rango en el cuadro respec-
tivo con un promedio de 64,4 por
10 mil habitantes.
La asociación que presido se per-
mite indicar a ese ministerio la
conveniencia de encomendar al
Consejo de Higiene de esa pro-
vincia el estudio de tan trascen-
dental cuestión”.
Carta enviada al ministro de Go-
bierno y publicada por el diario La
Provincia, demuestra que la tu-
berculosis hacía estragos en la
provincia a principios de siglo.
Los picados
de viruela
D
urante más de un siglo, la viruela
fue una enfermedad endémica en
San Juan. Salvo breves intervalos, la
terrible enfermedad siempre estuvo
presente entre 1815 y 1923.
La más grave epidemia comenzó en
1887 y se extendió hasta 1896 al ex-
tremo que, según especialistas, nunca
será superada por la cantidad de
gente a la que afectó.
Hasta la segunda mitad del siglo XX
era posible encontrar en nuestra pro-
vincia a mucha gente con las secuelas
marcadas en su rostro. Si uno estudia
los prontuarios policiales advierte que
aparece en muchos casos como
señas distintivas la famosa frase “pi-
cado de viruela
La última
gran
epidemia
L
a última gran epidemia que
obligó a suspender las cla-
ses en la década de 1950 fue la
de Poliomielitis o parálisis infan-
til, que afectó a todo el mundo y
duró hasta que aparecieron las
vacunas de Shalk, primero, y
Sabín, después.
Bautismos
con agua
templada
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