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Juan Car-
los junto
a su hija
Marian,
que he-
redó la
pasión y
el talento
por el
baile. La
imagen
es 1974.
Viernes 10 de noviembre de 2017
primaria, al coro y entonces,
cuando terminé el primer año de
piano, dije no sigo más. Estuve
varios años sin hacer ninguna acti-
vidad artística…
—¿No te sentiste presionado?
J
: —A ninguno nos presionaron,
creo que si hubiésemos querido
estudiar lo que sea, nos dejaban.
M:
—A mi si me presionaban.
J:
— Siempre fui más indepen-
diente. Si hago algo es porque
quiero, no sentí ni siquiera la
carga de que debería ser artista
por el hecho de que mis padres lo
fueran.
— ¿Cómo fue la experiencia de
trabajar juntos?
M
: — Es muy emotivo, son sensa-
ciones que te dan mucha satisfac-
ción, emoción, un montón de
cosas… Es una emoción fuerte
que estamos viviendo, a pesar de
que estamos muy a full.
—En tu caso, Gerardo, tenés los
genes de la danza por tercera
generación, pero no querías
saber nada con el arte…
Gerardo:
—Era un mundo que no
me llamaba la atención para nada.
— ¿Y cómo llegó la pasión por
el tango que sentís ahora?
G:
— Cuando tenía 19 años, fui a
los talleres de tango de mi papá y
me empezó a gustar más. Ahora
dejé otros estudios para poder de-
dicarle más tiempo a la danza.
— En la Fiesta del Sol de este
año trabajaste con tu papá y tu
mamá, ¿cómo fue eso?
G
: — Lo notaba la gente de
afuera, que me decía cómo te
sentís o sacaba interpretaciones
pero me exijo a mí mismo mucho,
entonces esa presión no la tengo.
—Antonieta, ¿qué sentís
cuando ves a tus hijos y a tu
nieto sobre un escenario?
Antonieta:
— Juan Carlos fue
precursor de la danza moderna en
San Juan. Hubo momentos muy
difíciles. Juan Carlos decía: “mirá,
Antonieta, no importa, ahora se
ríen pero algún día lo van a enten-
der” y así fue. Para mí el canto fue
siempre una pasión. Iba a estudiar
desde chica a Buenos Aires. Es
muy emotivo ver a mis hijos juntos
ahora, porque hace años el maes-
tro Fontenla le pidió a Juan Carlos
que hiciera la coreografía de esta
obra. Y veo a Gerardito, tan pare-
cido a mi papá…
—¿Cómo era la vida de dos ar-
tistas en los ’70 en San Juan?
A:
— No fue fácil. Éramos bastante
humildes. Vivíamos del trabajo de
Juan Carlos hasta que tuve la
oportunidad de que me llamaran
de la Escuela de Música a un con-
curso para entrar al Coro Universi-
tario. Eso reforzó nuestra
economía. Pero recuerdo que te-
níamos una vecina amorosa que
cuando teníamos funciones se
quedaba con los chicos hasta la
una o dos de la mañana. Los ensa-
yos del coro terminaban a las 11 de
la noche y yo venía a casa en bici-
cleta, envuelta en un poncho negro
y con todos los perros detrás. Tra-
tábamos de combinar horarios con
Juan Carlos para que uno se que-
dara con los chicos.
M
—Mi papá era muy culto porque
era un avanzado. Veo cosas ahora
y digo mi padre era un genio por-
que lo que él hizo con esta música
fue de un adelantado a la época.
—¿En qué momento se dieron
cuenta del peso del apellido en
el mundo de la danza?
M: —
Cuando fallece mi papá en
1987, me otorgan una beca para
dictar clase en el Instituto de Marta
Lértora en Mendoza. Me presento
y de entrada, no digo el apellido a
propósito. Después cuando quedo,
me piden los datos y cuando digo
Abraham, me preguntan: “¿Sos
algo de Juan Carlos?”. Si, la hija.
¿Por qué no lo dijiste? Porque tal
vez si yo le decía, usted me hacía
entrar y mi papá siempre me decía.
“Te tenés que ganar el apellido”.
Nunca se me borró esa frase.
Con padres
bastante populares,
queridos y
talentosos, hubo una
cuestión de mucha
auto exigencia
Juan Abraham
Mi papá
siempre me decía.
“Te tenés que
ganar el apellido.
Marian Abraham
“
”
“
”