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Viernes 21 de abril de 2017
6
ANÉCDOTAS DE LA
N
adie podía negar que era muy
apuesto el general Roca.
Quizás sus rasgos no eran bellos. Pero
tenía la apostura de un noble y estaba
rodeado de la aureola de los hombres
que emanan poder.
Cuando llegó a San Juan en 1875 tenía
32 años, revistaba con el grado de co-
ronel del Ejército y, tras su triunfo en
Santa Rosa, era el hombre del mo-
mento.
Todo el mundo hablaba de Roca. La
Voz de Cuyo, el periódico lugareño, lo
recibió con una oda poética. Los políti-
cos se peleaban por estar cerca de él y
las recatadas chicas de aquel San Juan
de casas chatas, calles polvorientas y
vida aburrida, movían cielo y tierra para
ser invitadas al gran baile con que sería
agasajado el ilustre visitante.
lll
Roca estaba casado con Clara Funes,
hija de una rica familia cordobesa y
hermana de Elisa Funes, casada con
quien también sería presidente de los
argentinos, Juárez Celman.
Clara era la sombra de Roca. Vivía
para él. Pero, como buena esposa de
militar estaba acostumbrada a estar
meses sin ver a su marido, empeñado
en librar batallas al frente de su ejér-
cito.
Sí, San Juan recibía al joven y apuesto
coronel victorioso, una de las mentes
más lúcidas que dio la república.
Y lo recibía como se recibe a los triun-
fadores, con fiestas populares y agasa-
jos sociales.
lll
La primera noche que estuvo el coronel
en San Juan hubo un gran baile en su
honor. Y allí estaban las chicas sanjua-
ninas.
Algunas con sus vestidos con miriña-
que que estrangulaban sus cuerpos a
la altura de la cintura. Otras usaban el
tontuelo o polizón, un armazón que le-
vantaba el vestido a la altura de la cola.
Todas soñaban con bailar con Roca. Y
varias lo hicieron.
Hasta que apareció una joven de la
que ya no se despegaría en toda la
noche.
Para el joven militar en ese momento
terminaron las conversaciones sobre
estrategias guerreras o los comentarios
sobre la política nacional. El presidente
Sarmiento dejó de ser tema que mere-
ciera una charla y menos aun la situa-
ción inestable de la provincia de San
Juan.
Esa noche Roca descubrió el dulzor
de las mieles sanjuaninas, advirtió lo
límpido de su cielo, olvidó sus ambi-
ciones, sepultó el horror de las bata-
llas y se entregó al amor.
Entonces las manos demostraron que
podían hacer algo más que empuñar
un arma y los labios se olvidaron de
discursos mientras una joven sanjua-
nina vivía su noche inolvidable.
lll
Sólo un día más permaneció el coronel
en la provincia. Al tercer día subió a su
caballo y se alejó rumbo al sur. Otras
batallas lo esperaban. Algunas con las
armas en la mano. Otras, en la tras-
tienda del poder, en una carrera que lo
llevaría a la cima. Y aquí quedó la
joven sanjuanina. Y allí se fue su joven
coronel, a encontrarse con Clara
Funes, su amante esposa.
lll
Diez años después, volvió Roca. Era el
12 de abril de 1885.
Habían pasado diez años.
Venía otra vez como triunfador.
Era el presidente de los argentinos.
El presidente de un país que crecía a
ritmo vertiginoso, que se transformaba
en la meca de miles de europeos que
soñaban con emigrar a “la América”
para olvidar el hambre.
Un país que debía construir un hotel de
4 mil plazas, el Hotel de los inmigran-
tes, para brindar cobijo hasta que se
instalaran definitivamente a quienes
descendían de los barcos con sus baú-
les de ilusiones.
lll
Roca estaba de nuevo en San Juan y
traía el más fenomenal factor de pro-
greso de los pueblos: el ferrocarril.
Otra vez las campanas al vuelo. Otra
vez los agasajos.
El presidente, ya general, se hospedó
en la casa de don Arnobio Sánchez y
su esposa Dalinda Balaguer.
Con un gran lunch se lo agasajó en el
hermoso edificio de la escuela Sar-
miento, ubicado donde hoy está la es-
cuela Antonio Torres.
Por la noche hubo un suntuoso baile,
con la asistencia del gran mundo luga-
reño.
Al día siguiente el presidente devolvió
atenciones con un almuerzo que ofre-
ció en la residencia de don Ventura La-
rrínaga y su esposa Clotilde Balaguer.
Y al tercer día, como la vez anterior,
volvió a partir. Pero esta vez en un có-
modo vagón preparado especialmente
para él por el Ferrocarril Andino.
Lo que pocos supieron es que durante
su estada, Roca volvió a ver a aquella
joven sanjuanina que conociera diez
años atrás.
Esta vez no hubo pasión.
Pero las manos del presidente de 42
años volvieron a transformarse.
Y se vistieron de ternura.
Ella traía de la mano a un chico de
nueve años, que era el vivo retrato del
general.
Roca lo tomó de la mano y lo besó.
Ese chico sanjuanino pudo completar
sus estudios con el aporte que alguien
siempre hizo llegar a su madre en nom-
bre del Zorro del desierto, por dos
veces presidente de los argentinos.
Una noche de amor
“Usted se olvidó de nosotros...”
E
n política no hay límites cuando
de pedir cargos se trata. Esto lo
sabía bien el gobernador Eloy
Camus. Una anécdota pinta la si-
tuación con claridad.
Una mañana viene a verlo un diri-
gente de una unidad básica de un
departamento.
—Don Eloy, nosotros hemos traba-
jado mucho por el peronismo y
usted se ha olvidado de nosotros.
Yo creo que merezco un cargo...
—Ahá... Yo no me he olvidado
pero ya todos los ministerios
están ocupados. Pero, esperá,
acá tengo una lista de los cargos
que faltan cubrir
— dijo el goberna-
dor mientras le pasaba una lista a
su visitante en la que figuraban a la
izquierda los cargos y a la derecha
lo que cobraba el funcionario
-
Elegí uno.
Ni lerdo ni perezoso el hombre tomó
la lista, se preocupó sólo por la co-
lumna de la derecha, vio cuál era el
que más ganaba y señalando con el
dedo eligió el primero.
—Este don
Eloy.
—¿Así que querés ser presidente
de la Corte de Justicia?
El hombre ni idea tenía de lo que
había elegido pero dijo con seguri-
dad:
—Sí, don Eloy.
—Buenos, andá a verlo al Secreta-
rio General para que te haga la de-
signación. Horas más tarde la
secretaria del gobernador le informa
que el hombrecito había vuelto y
don Eloy lo hace pasar de inme-
diato a su despacho.
—Don Eloy, vengo a que me dé
otro cargo.
—¿Por qué?
—No me han podido hacer la
designación porque no soy
abogado...
—Pucha, che, qué lástima. Yo te
di para que eligieras vos primero
y ahora se me han terminado los
cargos. Vas a tener que esperar
un tiempito hasta que aparezca
otra cosa...— dijo don Eloy conte-
niendo la risa mientras el hombre
se iba con un pedido...
—Le agradezco don Eloy... Y no
se olvide de mí si aparece
algún ministerio en el que no
haga falta ser abogado....
(Contado por
Carlos Alfredo Mendoza)
Eloy Camus
Julio Argentino Roca