Viernes 21 de abril de 2017
COLUMNISTAS
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@JuanCBataller
Juan Carlos Bataller
ción cultural Refugio. Desde ese mo-
mento está en contacto con la cul-
tura. Y de tantas charlas, de tantos
vinos compartidos, de tanto asombro
cotidiano, fueron surgiendo los poe-
mas, las reflexiones que hicieron
este Martínez, uno de los puntales
más altos de nuestra literatura.
Paralelamente trabajó de mozo, in-
cursionó en la minería, vendió abo-
nos pero, por sobre todas las cosas,
se bebió la vida, absorbió su savia,
aprendió a mirar el horizonte, a des-
lumbrarse con las noches estrella-
das, a descubrir el alma de los
personajes que caminaban a su lado.
Y un día se encontró ante un papel
con un lápiz en la mano. Y supo lo
que era atormentarse buscando la
palabra justa, la metáfora precisa.
Rufino fue el hombre que durante su
gestión en el gobierno de Américo
García, organizó la tarea cultural en
San Juan.
Era un hombre de ideas y de acción.
Pero también un bohemio capaz de
compartir horas de charlas y vino con
Jorge Leónidas Escudero, Chelo
Aguado, Reina Domínguez, José
Podda, Campus y otros personajes
de la cultura sanjuanina.
s s s
Tras su paso por Cultura y luego por
la dirección del Auditorio, Rufino in-
cursionó en el periodismo. Colabo-
raba en Diario de Cuyo y un día le
propusieron hacer una columna en
Tribuna, que salía como vespertino.
“El relincho”
se llamó ese espacio
que llegó a ser el más leído del diario
por su ingenio y belleza literaria.
Apurado por estrecheces eco-
nómicas, un día pidió au-
mento de sueldo.
—Rufino, la situación no es
buena. Espere un poco.
—Hace mucho tiempo que es-
pero y así no puedo seguir...
—Piénselo. Si no escribe acá...
¿dónde lo va a hacer?
—Hay una cosa con la que
usted no cuenta.
—¿Qué es?
—¡Mi gran capacidad para ca-
garme de hambre...!
Ese mismo día juntó sus
cosas y se fue del diario.
Desde entonces nunca había
vuelto a escribir en un medio
de difusión.
s s s
El Gringo no me dio tiempo a que le
hablara a Rufino. Al día siguiente se
vino con él a la oficina que teníamos
en la calle Santa Fe. Rufino fue muy
directo:
—Yo tengo una buena jubilación y
no quiero trabajar más en relación
de dependencia. Te puedo mandar
alguna nota de vez en cuando.
—No es eso lo que quiero.
Rufino
Martínes,
ilustrado por
Jorge Rodrígez,
para la portada
del libro “La
Gran Aldea.
Memorias
del corazón”,
publicado por
Editores del
Oeste.
Un hombre
llamado
rUfino
martinez
—Llamalo a Rufino. Tiene que
estar en el proyecto.
El Gringo De Lara se había entusias-
mado con el proyecto de El Nuevo
Diario, hace más de 30 años.
Rufino Martinez tenía 70 años.
Había sido el primer director de Cul-
tura que tuvo San Juan. Y era un
poeta y escritor de fuste.
Había nacido en Maza, en el Partido
de Alsina, en la provincia de Buenos
Aires. Pero para él su pueblo natal
era Hüinca Renancó, adonde la fa-
milia se trasladó cuando sólo tenía
un año. Hijo de gallegos, nacido en
una casita ubicada al lado de la esta-
ción del ferrocarril BAP (Buenos
Aires al Pacífico), las vías consti-
tuían un imán irresistible para aquel
joven inquieto y ávido de nuevos pai-
sajes.
Cursó sólo hasta cuarto grado de la
escuela primaria.
“Para las estadís-
ticas soy un analfabeto”.
Después
abandonó los libros para trabajar
como boyero, “porque en mi casa
hacía falta”. Fue lustrabotas, canillita,
peón de albañil. Hasta que un día en
el año 30, cuando tenía 15 años, se
abrazó con su madre, anudó un bulto
de ropa con un pañuelo grande y se
subió a un tren carguero que salía
para Mendoza.
Así viajó, como polizonte, junto a tres
crotos que iban a la cosecha.
Pero al llegar a Mendoza, Rufino
comprobó que el tren no paraba en la
ciudad.
Sus compañeros de viaje aprovecha-
ron que el convoy aminoraba la mar-
cha y se arrojaron. Rufino siguió para
San Juan.
Al llegar a Media Agua divisó
los simétricos verdegales de
los parrales. El, que venía de
una zona de sequía, vientos,
cardos rusos y arenales, al ver
ese verde, milagro del hombre
y el agua, se emocionó hasta
las lágrimas.
Y fue entonces cuando aquel
chico de quince años supo
que había encontrado su pre-
sentido maná.
s s s
Acá comenzó como peón de cocina
en un restaurante llamado La Mo-
risca. Luego fue mozo en La Chi-
quita, La Cosechera y El Águila.
Hasta que en el 39 empezó a trabajar
por su cuenta.
En el 40, formó parte de la agrupa-