—Benavides, a más de medio
siglo de su muerte, estaba casi
intacto. De pie en el ataúd, im-
ponente en su figura de casi
un metro noventa, la visera de
la gorra militar a ras de los
ojos, la casaca azul, la bomba-
cha roja, el sable al cinto y las
botas a la usanza federal. Una
sombra de bigote sobre el labio
y un esbozo de sonrisa en el
rostro-,
dice el relato del doctor
Driollet.
C
orría el año 1910 y hacía más de
cincuenta años que el general Na-
zario Benavides había muerto, asesi-
nado en los altos del Cabildo.
Cuenta el doctor Rogelio Driollet que
siendo niño –tendría unos 12 años-
pasó en ese tiempo por el cementerio
de la Capital en el mismo momento en
que se había abierto el ataúd de Bena-
vides para trasladarlo del mausoleo de
la familia Zavalla a la bóveda de don
Domingo Gervasio.
El cadáver
intacto
D
urante la gobernación de Domingo Morón
este dictó un edicto policial que fue muy
comentado en su momento.
Eran tiempos en que se esperaba una pue-
blada de los sectores obreros, asfixiados por
la situación económica imperante.
Ante ello, Morón dictó un edicto prohibiendo
“el acceso a la ciudad a los grupos de más
de tres personas que calzaran alpargatas”.
También prohibió el uso del poncho.
No era la vestimenta precisamente lo que
temía Morón sino que le organizaran una re-
volución. Y que trajeran las armas bajo el pon-
cho.
Pero cuando se le preguntó cuáles eran los
argumentos para dictar el edicto, respondió
con total convicción:
—Porque las alpargatas y el poncho son
ofensivos para la cultura de la Capital.
D
omingo Morón asumió la gobernación de San
Juan el 12 de mayo de 1893.
Tenía 50 años y hasta ser electo, nunca había sa-
lido de la provincia.
Muy bien casado —su esposa era Teresa Yanzi,
dama de la más alta sociedad de la época— vivió
en una casa que estaba en el terreno que hoy
ocupa la Biblioteca Franklin.
Precisamente en su casa se alojó el general Mitre,
cuando visitó la provincia cargado de fama. Y
desde ese día Morón fue el representante del par-
tido de Mitre en San Juan.
Dicen que Morón, hombre dedicado a las transac-
ciones comerciales con Chile, era enérgico y con
gran sentido de la autoridad.
Pero también se asegura que fue uno de los go-
bernadores más pícaros que haya tenido San
Juan, sumamente hábil en la tarea de “volcar” pa-
drones, celebrar acuerdos no muy principistas
para conservar el poder y poseedor de un fino ol-
fato
político.
Cierta vez que se dirigía al campo, para aliviarse
de carga, se detuvo en lo de Abraham Vidart
padre y sacando un estuche bajo el saco una des-
comunal pistola, la puso en manos del dueño de
casa para que se la guardase hasta su regreso,
diciéndole:
—Abraham, guardame la Constitución.
No venir a la
ciudad con
alpargatas
“Guardame la
Constitución”
VIDA POLÍTICA SANJUANINA
E
l cura Juan Videla Cuello fue un
gran personaje de los años 20 y
30. Había sido un destacado alumno
en el Colegio Pío Latinoamericano y
en la Universidad Gregoriana de
Roma, adonde fue enviado por el
obispo, monseñor Benavente.
De regreso al país con el título de
doctor en derecho actuó en San Juan
y Mendoza.
Tenía una gran vocación obrerista y
por eso su apoyo al cantonismo.
Además de las actividades eclesiásti-
cas, era profesor en el Colegio Na-
cional y destacado escritor que publi-
caba sus notas en el diario católico
El Porvenir
, al que dirigió durante
varios años.
Este cura era uno de los personajes
más famosos de San Juan en aque-
llas décadas. Pasaba del sermón al
discurso en la tribuna política o en el
comité.
A propósito, fue protagonista de un
hecho que seguramente no tiene pa-
rangón en la historia provinciana.
Videla Cuello fue el encargado de
predicar la oración patriótica en el
solemne Tedeum del 25 de Mayo de
1910, día del centenario de la patria.
Llegó el momento y el presbítero
doctor Videla Cuello comenzó a ha-
blar. Se entusiasmó y le puso tanta
fuerza a sus palabras que aquello se
transformó en un discurso de barri-
cada, que terminó con el público de
pie aplaudiendo largamente
al sacerdote.
El cura Juan Videla Cuello
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Viernes 21 de abril de 2017
PRÓXIMA SEMANA: TERCERA PARTE