El Nuevo Diario - page 26

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democracia
Añosde
decisiones eran inapelables
LEOPOLDO BRAVO
Un caudillo cuyas
E
l regreso de la democracia repararía una sor-
presa a los sanjuaninos: Leopoldo Bravo, el
hombre que había ocupado mayor cantidad de
cargos durante el repudiado proceso militar, había sido
electo gobernador de San Juan por abrumadora ma-
yoría.
Leopoldo Bravo fue tres veces gobernador de San
Juan y nunca pudo terminar un mandato.
La primera, en 1963, cuando Arturo Illia gobernaba
el país, frustrada tres años después por el golpe militar
encabezado por Juan Carlos Onganía. Había llegado
con 46.690 votos, llevando como vicegobernador a
don Luis Cattani, superando a la Cruzada Renova-
dora, que con la fórmula Avelín — Marino obtuvo
32.471.
La segunda, en 1982, fue designado por los milita-
res, tras cumplir funciones de embajador en la Unión
Soviética y en Italia.
Finalmente, en 1983 triunfó con gran amplitud en
los primeros comicios tras la restauración democrá-
tica. Con Ruiz Aguilar como compañero de fórmula,
obtuvo 97.043 votos, casi 24 mil más que el justicia-
lismo que propuso a César Gioja — Pablo Ramella y
45 mil más que la fórmula radical, a pesar que ésta
contaba con la arrolladora presencia de Raúl Alfonsín.
Esta vez permaneció en el puesto hasta 1985, cuando
renunció para ponerse al frente de su partido que aca-
baba de perder las elecciones legislativas.
Hijo de padre
desconocido
A
bogado recibido en la Universidad de La
Plata, Bravo tuvo su estudio en Buenos Aires,
en las inmediaciones de Florida y Paraguay.
Había nacido el 15 de marzo de 1919 y fue el mayor
de tres hermanos hijos de madre soltera, aunque
siempre se sindicó a Federico Cantoni como su padre.
Doña Enoe Bravo, su madre, era maestra, hija de un
agricultor de Santa Lucía, asumió por sí el manteni-
miento de sus tres hijos, a los que hizo estudiar carre-
ras universitarias. Nunca se le conoció otro hombre.
Siendo ya grande —contó don Leopoldo a quien esto
escribe— le preguntó una vez a doña Enoe quién era
su padre. Y ella le respondió:
—Su madre y su padre, soy yo.
En una entrevista que le hiciera al caudillo, don Leo-
poldo habló de su madre.
—Siempre fue una mujer valiente y progresista,
que se animó a enfrentar las habladurías de una
sociedad tradicionalista que animaba sus tertulias
con el chisme y el escándalo. En casa nunca fue
un tema de preocupación ni tan siquiera de con-
versación la filiación. Tampoco sentimos la caren-
cia de un padre. Ella llenaba todo. Tenía su
carácter. Pero era abierta y moderna como para in-
culcarnos la fe católica e instarnos a leer y escu-
char sobre todas las ideas. Y sobre todo, quiso
que estudiáramos.
Cuando don Fico murió, el 22 de julio de 1956, doña
Enoe no se presentó en el velorio.
Ivelise contó que “al sepelio asistieron amigos y ene-
migos y políticos venidos desde diferentes puntos del
país pero doña Enoe prefirió despedirlo sola, en su
casa. Tenía una vieja foto en sepia del caudillo. La ilu-
minó tenuemente con dos velitas y pasó la noche ca-
minando por la casa o por el jardín, a pesar del frío,
vestida de negro y rezando”.
Los hermanos de Leopoldo, Rosa y Federico, inicia-
ron un juicio de filiación tras la muerte de Cantoni, pa-
trocinados por el doctor Alberto Lloveras. Leopoldo
prefirió mantenerse al margen.
Quien esto escribe preguntó una vez a Bravo:
—¿Qué fue para usted don Federico? ¿Lo veía
como a un padre?
—No, para mí era un jefe político.
Un hombre
seguro de si mismo
B
ravo era un hombre seguro de sí mismo y con
el aplomo necesario para enfrentar situaciones
difíciles.
Su esposa, Ivelise Falcioni, cuenta esta anécdota que
lo pinta de cuerpo entero:
“La madre de Leopoldo, doña Enoe, fue a saludarme y
a conocer al nieto, acompañada por su hija Rosa y una
empleada que tenían, Lala. Por esta muchacha me en-
teré de muchas cosas, para bien o para mal; era una
chica simple que a veces hablaba de más, que hacía
comentarios sin darse cuenta, sin dobles intenciones, o
al menos es lo que parecía.
A través de ella supe acerca de una rumana por la que
mi marido había intercedido directamente ante Stalin.
Bravo, que con sus modales parsimoniosos pero firmes
no padecía timideces de ningún tipo, le pidió a Stalin
que interviniera para poder sacar a la rumana de su
país porque quería casarse con ella. Así de simple.
El tema, a pesar de los años transcurridos y que el epi-
sodio tuvo lugar cuando Leopoldo y yo todavía no nos
conocíamos, todavía me intriga. Sin embargo, lo justi-
fico: él era joven, tendría treinta y tres, treinta y cuatro
años, ¡a quién se le ocurre ir nada menos que ante
Stalin con una cuestión así...!
Vaya uno a saber en qué estaría pensando Leopoldo,
pero la autorización le fue concedida, según consta en
una nota escrita por Leonid Maksimenkov y publicada
en Pravda, el 8 de febrero de 1953, donde se detallan
las circunstancias del encuentro y el diálogo entre el
embajador argentino y Stalin. También estuvo presente
Con los hermanos:
Leopoldo, es el primero
de la izquierda y aparece junto a sus herma-
nos Federico, médico de profesión, quien tam-
bién fuera embajador en Rusia, ministro de
Economía y diputado nacional y Rosa Elena,
quien estudió Química.
Alumno de la primaria Leopoldo
Bravo en su época de alumno de la
Escuela Superior Sarmiento.
Viernes 3 de enero de 2014
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