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esde chiquitos, nuestros pa-
dres se esmeran en enseñar-
nos a hablar. Usan cuanto
sistema existe a su alcance. Desde
los consejos que dan los ayudacora-
zones de las revistas, hasta las viejas
mañas que nos transmiten las coma-
dres. Es muy importante mostrar
que el nene ya dice palabras, siendo
tan chiquito. El solo hecho de que
se le caiga algo como TA, MA,
PSHHHH, o un simple gritito, ya es
interpretado como que la criatura va
a ser políglota y, tal vez, embajador
en las Naciones Unidas.
Luego, en la escuela le enseñan a
vocalizar y a escribir muchas más
palabras, ya con forma de tales. A
medida que pasa el tiempo, la locu-
ción pasa por diversas etapas; desde
las incoherencias que emiten los
adolescentes, hasta las insolencias
que, muy sueltos de cuerpo, dicen
los viejos verdes. Pasando por la
etapa de los sermones y consejos
que los grandes tratan de que los
menores oigan. Pero, a no ilusio-
narse; los chicos oyen, lo que se les
antoja.
Entre las desviaciones del hablar,
está el cantar, que es como el hablar
pero al son de alguna música y que,
a veces, es lindo. Se puede hacer
también sin música, pero es menos
lindo aún. También existen el orar,
rezar y cosas parecidas, que son for-
mas distintas de hablar con quién
creemos superiores. Aquí no hablé
de órdenes, que son maneras de ha-
blar que tienen los militares y las es-
posas. Tampoco de implorar, que es
Miércoles 23 de diciembre de 2015
15
s
s
Alberto Marcelo Bustos dignifica
la profesión independiente
Aprender
TEMAS DE LA JUSTICIA
Escribe
s
s
la forma de hablar de los humildes,
los necesitados y los maridos.
Como se ve, la historia del humano
es una larga y constante escuela de
aprender a hablar. Desde el primer
chirlo cuando nacemos hasta el úl-
timo examen de la facultad, es un
camino de palabras; de hablar.
Ahora, ya con mis años, hace poco
que estoy aprendiendo a callar. Mi
maestro es mi hijo Gastón que, por
naturaleza, es un genio del hablar lo
menos posible. No hay día en que
no lo vea de lo mucho que se salva
por no hablar o hablar lo estricta-
mente lo necesario o conveniente.
Mi abuelita diría que es un mucha-
cho de acción y pocas palabras. Y es
cierto. Cuánto ganaríamos todos,
parlantes y oyentes, si aprendiéra-
mos a dosificarnos. Hay refranes y
dichos que valoran el bien callar
pero, simplemente, diré que es fácil
hablar pero que se tarda toda una
vida en aprender a callar.
2234 caracteres
Algo Redacción Ed. 1704
no siempre dando la cara, siempre po-
niendo la firma, sin “agachadas”, sin
ocultamientos.
Así cuando creyó tener algo que
cuestionarme como Fiscal General
pidió ser recibido en mi despacho y
dijo todo lo que quería decir pero, y lo
más importante, escuchó todo lo que
yo quise decirle; recuerdo que un ma-
tutino local tituló algo así como “Fis-
cal y Abogado se tratan de
ignorantes”, omitiendo, gracias a
Dios, todas las otras barbaridades que
nos dijéramos.
No tuve la oportunidad, pero a ese
ocasional adversario con gusto lo hu-
biera sentado a mi mesa (quien me co-
noce sabe que eso no es fácil), y con
gusto hubiera ido a la suya, pues por
sobre todo, era un hombre digno, va-
liente, jugado y, claro está, aún con
errores, un comprometido, alejado de
la tentación de ser genuflexo en las al-
fombras oficiales.
No estaba en San Juan a su falleci-
miento, de verdad perdí la oportunidad
de asistir para hacer público mi res-
peto.
Cuando se quiera la imagen contra-
ria del acomodaticio, del genuflexo,
del doble discurso, del componente de
un rebaño sin identificación, recordar
al colega
“El Indio Bustos”
no será
una mala idea.
Este viejo adversario viene a despe-
dir a un amigo, algo así inmortalizó la
política argentina cuando Ricardo Bal-
bín despedía los restos de Perón.
√ Salvando la sideral distancia exis-
tente, he querido levantar la última co-
lumna ya escrita para este número a fin
de rendir homenaje a un colega, quizás
el último “personaje” de la abogacía
sanjuanina,
el Dr. Alberto Marcelo
Bustos.
Confieso nos hemos enfrentado, en
público y en privado, en discusiones
que, las más de las veces, rompían la
ortodoxia esperable de las funciones
que ejercíamos; recuerdo, también, los
posteriores tensos momentos cuando
nos encontrábamos de frente y no había
“tentativa de saludo alguno”.
Aclaro jamás dejó de saludar, como
un caballero que era, a la persona que
me acompañaba, el “Buen Día, Doc-
tora”, gesto amistoso incluido, era una
regla.
Confieso, también, no saber dilucidar
cómo era que nos volvíamos a salu-
dar, él con un “Como te va, Jimmy” y
yo con un “Buen Día, como andás,
Marcelo”; hecho, que no tengo reparo
alguno en decir, me sacaba un peso de
arriba, toda vez que he sentido por él un
muy sincero respeto y reconocimiento.
Alberto Marcelo Bustos
ha sido,
en
esas ocasiones
, un adversario que dig-
nificaba, que, de alguna manera, hasta
prestigiaba, pues cuando tenía algo que
decir lo decía, cuando tenía algo que
denunciar lo denunciaba, equivocado o
Eduardo Quattropani*
Escribe
ALGO DE ALGUIEN
* Vicepresidente Consejo Federal de
Política Criminal de los Ministerios
Públicos de la República Argentina
LA COLUMNA DE LA TANA
s
s
Escribe
Alejandra Araya*
Hoy: Querellante
Zooilógico
U
d, sí, ud que es madre y ha
creado todo de manera sabia,
observando el equilibrio
entre las especies. Ud me tiene que
comprender, sra. Naturaleza. No
quiero distraerla con nimiedades. En-
tiendo que tiene mucho trabajo. ¡Le
juro que esta situación es insoporta-
ble!
Soy una rata.
Una humilde rata de
hogar. Ni un pericote de supermer-
cado, ni un conejillo de indias de la-
boratorio con el deber altruista de
inmolarse en pos de la ciencia. Soy
gris, pequeña y bigotuda. Pero
en la
familia de roedores, la menos benefi-
ciada.
Vengo a querellar por el trato discri-
minatorio que sufro en San Juan.
¿Qué diferencia hay entre un háms-
ter y yo? ¿Por qué a ellos los venden
como mascotas y a mí me persiguen
con veneno? ¿Dónde están los ecolo-
gistas protectores de animales que
no se solidarizan con mis derechos?
Que a la chinchilla la cacen por su
pelaje suave, denso y largo, es una
razón. Detestable, pero una razón.
Sin embargo yo, que he atravesado
mares y océanos con los marinos más
famosos, que he sobrevivido a catás-
trofes, no merezco este trato. Si dicen
que no daña lo que abunda, conmigo
tienen un buen ejemplo.
En el mismo orden de reclamos, doña
Pacha Mama, abordaré el lenguaje.
Los humanos dicen que otro de su
raza es una: “rata” significando que
es mala persona, ladrona y, en algu-
nos casos, que no le gusta gastar o
pagar, un tacaño, bah. La frase:
“ratón de biblioteca”, menos usada
actualmente, alude a que una persona
es extremadamente lectora. ¿Es nega-
tivo que alguien tenga compulsión
por la lectura? Es decir,
de mi nom-
bre se utiliza la faceta peyorativa.
¡Un momentito! Cuido mi cría, com-
parto la comida y detecto el peligro
con astucia y rapidez. ¿Esas cualida-
des no cuentan?
La falta de lógica, abruma.
¿Se olvi-
dan de que Mickey Mouse y Minnie
son ratas? En los ’90, la banda heavy
metal “Rata Blanca” contribuyó a
rescatarme. En el 2007, Pixar me rei-
vindicó a través de Rémy, la protago-
nista de Ratatouille. Si para los
chinos soy el primer animal en su zo-
díaco, si el mismísimo Buda (aunque
circulan diversas versiones con el ob-
jeto de desprestigiarme) me dio la
tarea de convocar a los otros anima-
les, por algo será. ¿No le parece,
doña Natura?
Me enorgullezco de tener un diseño
aerodinámico que me ha permitido
ser la especie invasora más exitosa
de la historia.
Le cuento una anéc-
dota que una mujer sanjuanina tuvo
en París, a una cuadra de la Place de
la Concorde. Mientras degustaba una
tabla de quesos con una copa de vino
blanco, vio pasar a una de mis pri-
mas acostumbrada al estrellato.
Cuando vino el mozo, la mujer azo-
rada le dijo que había visto una rata.
Él, muy tranquilo, le respondió:
-Bienvenue à Paris.
*Profesora en Letras y escritora
Gustavo Ruckschloss