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historia
Viernes 8 de febrero de 2019
cabeza de Federico. Hacía menos de
un mes, Porto, Luis María Mulleady, Do-
mingo Vignoli y Juan Luis Castro habían
pedido la reorganización del partido,
que estaba presidido por Aldo. No fue-
ron escuchados. Comenzaron a distan-
ciarse del bloque legislativo.
La ruptura definitiva se produjo cuando
Porto amparó a un preso que se había
evadido de la cárcel. Cantoni ordenó a
la policía que le allanara la casa y se
produjo un tiroteo.
Ya no había regreso. El 27 de enero ex-
pulsó a Porto y Mulleady. Estos y Vig-
noli, que renunció, habían formado
la
Junta Reorganizadora de la Unión
Cívica Radical Bloquista
y se dispo-
nían a dar batalla contra Federico en las
elecciones para diputados nacionales
que se realizarían al mes siguiente, el
11 de marzo.
—Estos hijos de puta seguro que se
han unido a los gansos—,
pensaba
Cantoni.
l l l
Los revolucionarios habían instalado
francotiradores en varios puntos:
el
Club Social,
sobre calle Rivadavia,
el
edificio Del Bono,
aún existente en
la esquina de Rivadavia y Mendoza,
el
Banco Ítalo Argentino
, el
Banco
Comercial
, la casa de
Diego Young
,
sobre calle Mitre, el
Colegio Nacional
,
la casa de
Mario Atienza
, el
Cine Cer-
vantes
—ubicado sobre calle Mendoza,
frente a la Plaza 25—; la
Casa Zunino
,
en Mitre y Mendoza, un sanatorio que
pertenecía a
López Mansilla
y la casa
de
Luis Castro
.
Todos los francotiradores apuntaban a
la Casa de Gobierno.
En la esquina de la
Farmacia Chia-
ruli
(hoy Farmacia Plana, en Rivadavia
y General Acha), un hombre debía pa-
sarse el pañuelo por la nuca.
Esa sería
la señal de que Cantoni salía de la
Casa de Gobierno.
Pero el encargado de la tarea
no fue a
la cita.
l l l
Los autos ya estaban en marcha
cuando subió Cantoni. En momentos en
que los coches partían sonó el primer
disparo.
Enseguida el coche de Can-
toni fue acribillado a balazos.
Pero
continuaron algunos metros.
A mitad de cuadra, entre Rivadavia y
Laprida, Tourres hizo detener la marcha
y revólver en mano bajó a la
calzada.
Inmediatamente fue alcan-
zado por numerosos disparos que le
acribillaron el cuerpo.
A todo esto, García Córdova sacó a
Cantoni –que estaba herido en la ca-
beza y en la cadera— y lo introdujo en
la casa del doctor Rodríguez Riveros,
que por casualidad estaba abierta.
l l l
Aldo, que permanecía en la Casa de
Gobierno, hizo cerrar las puertas y or-
denó repeler la agresión. En un primer
momento pensó que se trataba de un
atentado contra el gobernador. Era
mucho más:
se trataba de un alza-
miento revolucionario.
El tiroteo se había generalizado en las
cuatro esquinas de la plaza y distintos
puntos de la ciudad. Los revoluciona-
rios dominaban la situación y los can-
tonistas defendían posiciones en
distintos edificios.
No era una lucha cualquiera.
Desde la
Casa de Gobierno sonaba el golpe-
tear de una ametralladora mientras
el tiroteo era infernal y hasta se
arrojaban bombas.
Pronto el terror se adueñó de los san-
juaninos que desesperaban por la
suerte de familiares a los que alcanzó
la revolución camino a sus casas.
l l l
Aldo Cantoni intentó comunicarse con
el Regimiento de Marquesado y con el
gobierno Nacional.
El ministro de Gobierno, Adelmo Faelli,
se acercó a Aldo:
—Tenga cuidado con lo que habla,
doctor...
—¿Qué pasa?
—Me han informado que los teléfo-
nos están intervenidos.
—¿Cómo carajo puede ser?
—Los gansos controlan la Telefó-
nica.
—¿Sabe quién trabaja allí?
—No
—El hermano de Mulleady.
Aunque no públicamente, era evidente
que los disidentes bloquistas apoyaban
a los revolucionarios.
l l l
En la siesta, el aspecto de la ciudad
era el de un campo de batalla, atro-
nado por la descarga de fusiles y la ex-
plosión de bombas. Los
revolucionarios se habían apoderado
del Colegio Nacional desde donde dis-
paraban a la Central de Policía, ubi-
cada en Tucumán y Santa Fe. También
atacaban el Cuerpo de Bomberos,
desde la esquina de Tucumán y Cór-
doba, la comisaría Primera, ubicada en
Mitre y Alem y la Segunda, en Jujuy y
9 de Julio. En esta última comisaría la
lucha era feroz. Los efectivos policiales
defendían el sitio mientras eran ataca-
dos desde un negocio ubicado en la
esquina de enfrente donde los revolu-
A cargo del doctor Rogelio Driollet y Horacio Esbry estuvo la tarea de tomar la
sede de la Central Telefónica, con el objeto de cortar las comunicaciones del go-
bierno. Tomada la central, las autoridades policiales y del gobierno no pudieron
comunicarse el resto del día. (Foto publicada en el libro “Revoluciones y críme-
nes políticos en San Juan” de Juan Carlos Bataller).
En el local de este mer-
cado, ubicado en Tucu-
mán y Córdoba, se
estableció otro de los
cantones revoluciona-
rios que mantuvo prác-
ticamente inmovilizado
al Cuerpo de Bombe-
ros y a la Central de
Policía. En la puerta
del mismo, encontró la
muerte Manuel Ferrán-
diz, al estallarle una
bomba en su mano,
cuando se disponía a
arrojarla a un coche
policial que había po-
dido salir de la central
sitiada. (Foto publicada
en el libro “Revolucio-
nes y crímenes políti-
cos en San Juan” de
Juan Carlos Bataller)
A 85 Años de lA últimA
Desde el Banco Ítalo Argentino, situado en la esquina de Mitre y Gral. Acha, se
mantuvo fuego cruzado sobre la Casa de Gobierno, situada a media cuadra. El
cantón revolucionario estuvo a cargo del Dr. Alberto Graffigna y desde la azo-
tea del mismo, se destruyó el tanque de agua del edificio gubernativo. (Foto
publicada en el libro “Revoluciones y crímenes políticos en San Juan” de Juan
Carlos Bataller)
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