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Viernes 8 de febrero de 2019
Cantoni se disponía a salir de la Casa
de Gobierno, ubicada en la calle Gene-
ral Acha, frente a la Plaza 25 de Mayo.
Federico era bastante rutinario en sus
horarios. Llegaba a su despacho a las 7
de la mañana y poco antes de las 12 se
retiraba, para volver a las 4 de la tarde.
Aquel día se retrasó algunos minutos,
conversando con su hermano, el sena-
dor nacional Aldo Cantoni.
El gobierno estaba sobre aviso de que
los sectores de la oposición algo trama-
ban.
Pero no era precisamente una revolu-
ción lo que esperaban.
—Hay que seguir a Federico a todas
partes pues van a intentar matarlo —
,
fue la orden terminante de Aldo.
l l l
Los preparativos de la revolución ha-
bían comenzado varios meses antes.
—La Nación no va a intervenir esta
vez a San Juan. No queda otra alter-
nativa que eliminarlo al
“gringo”—
fue la conclusión.
Y esta vez las cosas se organizaron en
serio.
Se formó una junta revolucionaria, bajo
la jefatura de Oscar Correa Arce e inte-
grada por dirigentes de distintos secto-
res políticos, mayoritariamente del
Partido Demócrata:
Santiago Graf-
figna, Juan Maurín, Honorio Ba-
sualdo, Carlos Basualdo, Indalecio
Carmona Ríos, Onias Sarmiento, Ro-
gelio Driollet, Arturo Storni, Dalmiro
Yanzón, Amado Molina, Alejandro
Garra, Alejandro Cambas, Pablo
Campodónico
y
Aristóbulo Alvarez.
l l l
Un problema a solucionar era el de las
armas. No sólo había que conseguirlas
sino tenerlas en los propios hogares, lo
que no era fácil.
Cantoni contaba con la mejor red de in-
formaciones que podía existir encla-
vada en los propios hogares
conservadores.
La integraban las sir-
vientas.
En todas las casas de familias
de cierta opulencia, trabajaba una sir-
vienta. Muchas veces lo hacían por la
comida y el sitio donde dormir, porque
la crisis era grande.
Y las sirvientas
eran cantonistas.
En la casa de don Juan Maurín, ubi-
cada en la esquina de Santa Fe y Sar-
miento, las armas se escondieron en el
interior del piano.
En el domicilio del médico Carlos Ba-
sualdo y su esposa Toncha Videla, esta-
ban en un gran cajón cerrado con can-
dado.
—No vayas a abrir este cajón por-
que hay arados adentro. –
, se le dijo
a la empleada.
El encargado de fabricar las bombas
que se utilizarían el día de la revolu-
ción era
Alberto Graffigna,
que era
químico. Nadie hubiera imaginado que
el sótano del Chalet Graffigna se había
transformado en una fábrica bélica.
Federico subió al automóvil, acompa-
ñado por su secretario privado
García
Córdoba —que años más tarde sería
ejecutivo del diario Clarín—,
mien-
tras el jefe de Policía,
León Tourres
y
algunos custodias subieron a otro
coche.
El gobernador estaba preocupado por
la aparición de un grupo de rebeldes
en el seno de su partido.
Nunca nadie se había atrevido a en-
frentarlo. Unos por lealtad o admira-
ción. Y otros por temor.
Pocas veces
debe haber existido un caudillo al
que se le obedeciera tan ciega-
mente.
Pero esta vez el que estaba resentido
era el ingeniero Carlos Porto. Y des-
pués de los Cantoni,
Porto era por
historia y por personalidad, el hom-
bre más importante del bloquismo.
¿Qué había pasado?
l l l
¿Cómo era posible que el hombre que
asumió la responsabilidad total en los
hechos que culminaron con el asesi-
nato de Jones, el que compartió la cár-
cel, el que fue el ministro de Gobierno
en el primer mandato de Federico, el
que padeció junto al líder que el Se-
nado de la Nación les rechazara sus
diplomas en dos oportunidades, ahora
estaba distanciado? El planteo era po-
lítico, sin duda. Pero tenía raíces más
cercanas a lo humano. Unos asegura-
ban:
—Porto quería ser el candidato a go-
bernador en el 32. Creía que había
hecho merecimientos suficientes. Ya
Federico y Aldo se habían sentado
en el sillón de Sarmiento y ahora era
su turno.
Pero, aunque estaba casado con la
hermana de Rosalina Plaza, la esposa
de Aldo, Porto no era un Cantoni. Y el
poder total sólo podía caer en alguien
de la misma sangre.
Otros en cambio sostenían que todo se
debió a cuestiones económicas perso-
nales.
Estas preocupaciones cruzaban por la
Federico Cantoni
Tenía 44 años y se desempeñaba por
segunda vez como gobernador consti-
tucional. Desde la cárcel, donde estaba
detenido tras los sucesos que culmina-
ron en 1921 con el asesinato del go-
bernador Amable Jones, Cantoni había
resultado electo por primera vez en
1923 y gobernó hasta 1925 cuando la
provincia fue intervenida. Electo nueva-
mente en 1932, Federico era el funda-
dor y líder indiscutido del Partido
Bloquista.
Principales protagonistas
Aldo Cantoni
Tenía 42 años y había sido gobernador
electo en 1926, conduciendo la provincia
hasta 1928, cuando fue dispuesta una
nueva intervención federal. Durante su
gobierno se reformó la Constitución Pro-
vincial concediéndose por primera vez en
la Argentina el voto a la mujer. Hermano
de Federico y médico como él, se desem-
peñaba como senador nacional y era el
número 2 en la jerarquía partidaria. En
1932 había sido electo por segunda vez
senador nacional. En su juventud había
presidido el Partido Socialista Argentino
en la Capital Federal.
Oscar
Correa Arce
A los 56 años, era el
jefe de la Junta Revolu-
cionaria. Había sido
jefe de policía durante
la gobernación del doc-
tor Angel D. Rojas.
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Juan Maurín
Tenía 53 años cuando se produjo
el movimiento. Era vocal de la
junta revolucionaria. En 1926 pre-
sidió la Liga de Defensa de la
Propiedad, del Comercio y la In-
dustria, que se opuso a la política
impositiva de Aldo Cantoni. Impor-
tante viñatero y bodeguero, es-
taba casado con Victorina
Navarro, hija de Segundino Nava-
rro y descendiente de Sarmiento.
L
a revolución del año 34 estuvo motivada por
intereses exclusivamente locales. El canto-
nismo significó en San Juan un gran cambio
en lo social. Este cambio, lógicamente, afectó pode-
rosos intereses.
Los bodegueros, los grandes viñateros y profesiona-
les como los médicos, se vieron profundamente
afectados por la política impositiva de los gobiernos
cantonistas.
Los obreros, en cambio, fueron beneficiados por una
serie de beneficios sociales.
Quedó así la sociedad dividida en dos sectores irre-
conciliables. Porque esas diferencias no sólo se ma-
nifestaban en lo económico y lo social. Tenían su co-
rrelato en la visión de la sociedad.
Era el enfrentamiento entre “la chusma de la alpar-
gata” y el Club Social, entre los sectores ilustrados
tradicionalmente dominantes y ese nuevo actor hijo
de inmigrantes a quien seguían hombres y mujeres
provenientes de humildes hogares que desde no
hacía mucho podían decidir en el cuarto oscuro
quién gobernaría.
Cantoni tenía la fuerza del voto. En ese campo era
invencible.
La oposición representaba la vida económica de
San Juan.
Cantoni era un torbellino que quería transformar la
provincia rápidamente, modificando el aparato pro-
ductivo y las condiciones de vida.
Enfrente tenía a quienes debían pagar con sus pro-
pios bolsillos esa transformación.
La división era ya una cuestión de piel. Y el escena-
rio se caracterizaba por la violencia, las persecucio-
nes, la animadversión manifiesta por ambas partes.
En medio de la gran crísis de los años 30 y de divi-
siones internas que comenzaban a manifestarse en
el bloquismo, la oposición se propuso terminar con
el cantonismo y eliminar a su eterno adversario.
Este es el marco. Y esta es la historia de aquella re-
volución.
El marco político
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