Viernes 1 de julio de 2016
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s
sobrino del difunto emperador, argu-
mentando que en el momento en el que
lo redactó Tiberio no estaba en sus ca-
bales. Y proclamó emperador a Calí-
gula el 18 de marzo de 37.
Es así como Calígula accede al poder
con todos los apoyos:
Senado, ejército
y pueblo.
Son varias las razones de esta aproba-
ción: su juventud (contaba con 25 años
cuando llega a emperador), la populari-
dad de su padre, la extensión del rei-
nado de Tiberio (23 años), la infancia
pasada en los acuartelamientos, la des-
gracia de su familia, su emparenta-
miento tanto con Augusto como con
Marco Antonio y su devoción hacia su
familia.
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Y es acá cuando comienza la historia
de Calígula Emperador.
El nuevo emperador, para evitar proble-
mas dinásticos, nombró a
Tiberio Ge-
melo
princeps iuventuti
s, lo adoptó y
nombró heredero.
Para evitar también que Tiberio Gemelo
reclamase lo que le correspondía, el
mandato conjunto,
hizo que lo asesi-
naran en el 38 o lo indujo al suicidio
.
La misma suerte sufrió el prefecto del
pretorio Macrón.
Probablemente Calígula no confiaba en
determinados personajes que pudieran,
por su poder, carisma o riqueza elimi-
narlo. Más que de crueldad, en este
caso, se puede hablar de maquiave-
lismo en la política de este joven.
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Calígula tenía importantes antepasados
que habían alcanzado gloria militar, lo
que hace que fuera probable que tra-
tara de emular e incluso de superar sus
gestas. Si Druso y Germánico se ha-
bían concentrado en Germania, él, para
superar sus gestas debía, no sólo con-
quistar esa región, sino cruzar el
océano y llegar a Britania. Fue el pri-
mer emperador tras las campañas de
Augusto en Hispania en 26-25 adC que
dirigió un ejército en batalla.
Según Dio Casio movilizó para sus
campañas entre 200.000 y 250.000
hombres.
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El Calígula
monstruo
Calígula tendrá, en el futuro, un lugar
de dudoso honor en la sangrienta lista
de los emperadores romanos, sin que
esto quiera decir que fue intrínseca-
mente peor que otros. Y es que la fama
de algunos malvados de la Historia
suele depender de un cúmulo de cir-
cunstancias presentes y futuras a partir
de las cuales, los historiadores hacen
su trabajo.
Antes de ser elevado al trono, debió
dar señales alarmantes, ya que el pro-
pio Tiberio, a quien acompañaba en su
retiro de la isla de Capri, comentó:
«Educo una serpiente para el Impe-
rio».
La serpiente lanzó muy pronto el
veneno, pues con ocasión de la muerte
de Tiberio, y cuando todos creyeron
que el viejo crápula había dejado de
vivir, con el cuerno aún caliente, Calí-
gula arrancó el anillo del dedo del Em-
perador, y se lo puso para hacerse
proclamar por los presentes nuevo
César. No obstante, en pleno jura-
mento,
Tiberio, el pretendido cadá-
ver, pidió un vaso de agua, y el
terror se enseñoreó de todos,
y muy
en especial de Calígula, que lucía ya el
anillo imperial y se relamía de gusto
ante la perspectiva inmediata de asu-
mir el poder. Aunque Macro, allí pre-
sente, ante lo violento y peligroso de la
situación, se abalanzó sobre el mori-
bundo y, con su propia almohada, lo
asfixió. Calígula, el nuevo Emperador,
por fin pudo respirar tranquilo...
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Calígula era un hombre sin atractivos,
de aspecto aterrador, que acentuaba
con su costumbre de ensayar continua-
mente las más diversas muecas con
las que deseaba asustar, aún más, a
los que le rodeaban. Su escasa cabe-
llera era muy encrespada, lo que le
acomplejaba doblemente.
Muy pronto
haría prácticas de sadismo, en espe-
cial sobre las mujeres que tenía más
próximas, con las que se ensañaba,
según contaba Séneca.
QUE QUEDÓ EN LA HISTORIA COMO EL MÁS CRUEL DE LOS EMPERADORES
En el día a día de Calígula todo valía
para llevar a la realidad uno de sus
más pregonados deseos:
«Que me
odien, mientras me teman».
No obs-
tante, y llegado el momento, parece ser
que Calígula era consciente de su pato-
logía mental, o sea, esquizoide, de ori-
gen genético.
Tanto es así que, consciente de su
inestabilidad psíquica, pensó seria-
mente en retirarse del poder imperial y
ponerse en manos de quienes pudieran
curarlo, pues su enfermedad no era ori-
ginal, sino consecuencia de unas altísi-
mas fiebres que padeció en sus
primeros años.
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Con ocasión de su acceso al trono a
los 23 años, Calígula sacrificó 160.000
animales como acción de gracias por
tan importante suceso, e inició desde
aquel momento, su ascensión impara-
ble hacia el poder máximo y caprichoso
que culminará en su inclusión en la no
muy ejemplar historia de los emperado-
res romanos en un destacado primerí-
simo puesto de crueldad y
arbitrariedad, a pesar de que
, sorpren-
dentemente, inauguró su reinado
ejerciendo una política de tolerancia
como reacción al despotismo y mal-
dad de su antecesor, su protector Ti-
berio.
Incluso suspendió los odiosos
procesos por lesa majestad de su ante-
cesor, además de volver a los comicios
en los que se elegía a los magistrados
(con Tiberio lo había hecho el Senado).
Además, nadie le negó su amor por los
desfavorecidos y su odio por los ricos,
conducta esta última que, al final, sería
su perdición.
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En correspondencia, en estos primeros
tiempos el pueblo romano lo adoraba,
quizá por ver en él al hijo de aquel Ger-
mánico desgraciado y bueno y dedu-
ciendo, erróneamente, que sería como
su progenitor. Todo empezó a torcerse
cuando, en apenas un año, gastó todo
el tesoro que había heredado de Tibe-
rio, unos 2.700 millones de sestercios,
teniendo que tapar aquel enorme agu-
jero con nuevos y gravosos impuestos
de los que no se salvaba nadie. Por
ejemplo, impuso un canon a los ali-
mentos, otro por los juicios, a los
mozos de cuerda, a las cortesanas e
incluso a todos los que tenían la feliz
idea de contraer matrimonio. Pero todo
este atraco no era suficiente y, tras in-
sistir una y otra vez en esta actitud de
pedigüeño, en el transcurso de sus
muchos delirios, aseguraría sentirse en
la más absoluta ruina
, llegando en su
sicopatía a pedir limosna en las ca-
lles romanas además de obligar a
testar en su benefició a sectores de
la población bastante ricos, ponién-
dose muy nervioso si éstos, los lla-
mados a cederles sus riquezas, no
se morían pronto.
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Durante esta fiebre de miseria más o
menos imaginaria, pero no menos ob-
sesiva, llegó a confiscar las posesiones
de sus propias hermanas,
Julia y Agri-
pina,
y acusarlas de conspirar contra
él. Pero volviendo atrás, a los primeros
En sus muchos delirios,
aseguraba sentirse en la
más absoluta ruina, lle-
gando en su sicopatía a
pedir limosna en las calles
romanas además de obligar
a testar en su benefició a
los ricos.
La actriz Helen Mirren en la película “Calígula” haciendo el papel de Cesonia