Viernes 29 de julio de 2016
En esta foto, tomada en febrero de 1927, tiempos de gobierno de Aldo Cantoni, se puede observar a los hermanos Aldo y
Federico compartiendo un almuerzo en los salones del City Hotel. Están acompañados por el diputado por Jáchal, Rafael
Pérez Vela, entre otros.
ALDO CANTONI
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Fuentes
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Rosalía Plaza - “Aldo Cantoni en mi recuerdo”
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Carmen P. de Varese, Héctor D. Arias - “Historia de San Juan”
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Susana T. Ramella de Jeffe-
ries - “El radicalismo bloquista en San Juan”
l
Juan Carlos Bataller - “El San Juan que Ud. no conoció”
l
Juan Carlos Bataller - Edgardo Mendoza
- “El siglo XX en San Juan”
l
José Palermo Riviello - Filipicas argentinas
l
Ursulina Cantoni - “Aldo Cantoni, hacedor del San Juan del Siglo XX”
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Periódicos: Diario Nuevo - Debates - La Reforma - El Noticioso
Cuando
intentaron
matar...
se llamaba Galmes. Este hotel, cuyo pro-
pietario era simpatizante bloquista, cons-
taba de 14 habitaciones “con agua
caliente y fría” y estaba ubicado en la
calle Mitre 648, es decir a mitad de la
cuadra entre General Acha y Tucumán.
El automóvil, esta vez guiado por Santa-
maría, arrancó. Estaban llegando a la
esquina de Rivadavia y Tucumán
cuando desde un Dodge amarillo co-
menzaron a dispararles.
Las balas apuntaban a un blanco pre-
ciso: el conductor.
Santamaría murió en el acto.
Aldo y Belisario Albarracín descendieron
rápidamente del auto y dispararon contra
los ocupantes del Dodge amarillo. Estos
huyeron en la oscuridad de la noche.
—Fíjate como está Santamaría... –,
or-
denó Aldo.
—Creo que está muerto.
Aldo corrió el cuerpo y conduciendo el
automóvil se dirigió rápidamente al hos-
pital Rawson. Los médicos sólo pudieron
certificar la muerte.
—Hijos de puta... Las balas eran para
mí. Creían que yo manejaba.
–dijo el
futuro gobernador.
Pronto la noticia se conoció en todo San
Juan.
Nadie durmió aquella noche. Cantoni de-
nunció el asesinato en la policía.
—A estos los mandaron. Hay que ave-
riguar si fueron los conservadores o
los radicales.
Una multitud se había reunido junto al
gobernador electo.
—Debemos hacer la denuncia ante el
ministro del Interior, exigiéndole ga-
rantías–,
se opinó.
Minutos después salía el telegrama.
El interventor Broquen fue informado del
hecho.
—Hay que evitar que esto termine en
un motín. Que la policía encuentre a
los culpables–,
fue la orden.
Inmediatamente salieron varias patrullas
policiales mientras la multitud estaba en-
colerizada.
La conducción bloquista, a todo esto, se
reunía a puertas cerradas.
—Tenemos que encontrarlos antes
que la policía. Es la única forma de
hacer justicia.
A primera hora del día salió el grupo blo-
quista tras los ocupantes del Dodge
amarillo.
Integraban la partida Mario y Héctor Va-
lenzuela –excelentes tiradores—, Wil-
fredo Kenny y dos jóvenes.
El grupo de “justicieros” bloquistas via-
jaba a caballo. Tomaron para el lado de
Zonda y al llegar a los baños de salud
encontraron el Dodge amarillo. Pero ni
rastros de sus ocupantes.
—Este es el auto en el que anda Gui-
llermo Morales—,
dijo uno de la partida.
Morales era afiliado al Partido Liberal y
más de una vez había realizado “traba-
jos sucios” para los conservadores.
Siguieron tras las huellas de los asesi-
nos y los encontraron al llegar a Calin-
gasta.
Allí estaba Morales junto a su hijo Gui-
llermo, de 16 años, Carlos Bossio –co-
nocido matón- y un peón que era el que
les había facilitado las mulas para esca-
par.
Hay quienes aseguran que Morales
estaba en ese momento defecando y
no oyó llegar al grupo cantonista. Su
cuerpo quedó acribillado a balazos.
Fue el único muerto. Y desde Calingasta
regresó la partida también a lomo de
mula.
Dicen que el cuerpo de Morales
lo debió cargar su hijo y que cuando
el chico llegó a San Juan tenía el pelo
blanco del susto que pasó.
La dirigencia bloquista entregó el cuerpo
de Morales y a los otros detenidos a la
policía. No sólo eso, le informó a los in-
vestigadores que Morales había sido el
autor material del asesinato de Santa-
maría y que en el hecho habían partici-
pado también Carlos Bossio, Justo
Antonio Pereyra y Salvador Rosas.
Estos dos últimos fueron detenidos a los
pocos días.
Según los diarios de la época, Aldo Can-
toni se presentó a la policía cuando llegó
la partida de Calingasta. Bossio quedó
petrificado al verlo pues estaba conven-
cido que lo habían matado.
La historia se repetiría una vez más
El proceso se inició como homicidio con
premeditación y alevosía.
Y terminó siendo un
“suceso revolucio-
nario”.
La violencia política y el crimen, no eran
patrimonio de un solo partido.
Algunas cosas quedaron en claro:
l
Quisieron matar a Aldo Cantoni para
que no asumiera.
l
Que el atentado fue por encargo.
l
Que los autores materiales fueron los
señalados.
l
Que los dueños del Diario Nuevo, Do-
mingo Elizondo y Héctor Conte Grand,
miembros del Partido Liberal, instigaron
el crimen, según declararon los acusa-
dos.
l
Que Leandro Flores, Gregorio Valdez,
Blas Amarfil, Ramón Saravia y Eduardo
Quiroga, proporcionaron elementos para
la fuga y participaron en la preparación
del atentado.
La sentencia definitiva dictada por el juez
del crimen Manuel Ignacio Castellanos,
condenó a prisión perpetua a los autores
materiales. Waldo Quiroga, considerado
coautor, recibió la misma condena mien-
tras que Flores, Valdez, Amarfil, Saravia
y Eduardo Quiroga fueron declarados
cómplices y condenados a 15 años de
cárcel.
Pero la historia no terminó allí porque a
fines de 1927 los autores materiales afir-
maron que sus primeras declaraciones
fueron sacadas mediante torturas y que
habían complicado falsamente a los pe-
riodistas Conte Grand —se encontraba
ese día en Buenos Aires— y Elizondo.
—Actuamos con el fin muy patriótico
de conjurar por medio de la elimina-
ción de un ciudadano, la larga serie
de crímenes y barbaridades que co-
metería bajo su gobierno por cuanto
el ciudadano que iba a asumir tales
funciones no sería otra cosa que un
ciego instrumento de su hermano Fe-
derico que fue un verdadero azote
para el pueblo de San Juan–
sostuvie-
ron los acusados.
Quedó de alguna forma expuesta la po-
sibilidad de que Elizondo y Conte Grand
fuera ajenos al hecho. Pudo ser así ya
que Diario Nuevo era furibundo opositor
a Cantoni y este es muy posible que
haya querido cargarles un crimen del
que no participaron.
Pero igual que ocurrió cuando los blo-
quistas sancionaron una ley de amnistía
para los autores del asesinato de Jones,
en 1929 fue el interventor Modestino Pi-
zarro quien indultó a los instigadores y
los autores materiales del hecho sobre
los que no había dudas ya que habían
declarado su culpabilidad.
Todo había sido producto de
“una reac-
ción individual”
de buenos muchachos
que
“habían sufrido cárceles y veja-
ciones durante los gobiernos canto-
nistas”.
Un año más tarde, el 21 de febrero de
1930, el juez que dictó la sentencia, Ma-
nuel Ignacio Castellano, era abogado del
cantonismo y
fue asesinado en su casa
por elementos de Modestino...
La justicia sanjuanina siempre tuvo color
político..
s
Viene de página anterior
Morales estaba en ese
momento defecando y
no oyó llegar al grupo.
Su cuerpo quedó acribi-
llado a balazos. Fue el
único muerto. Y desde
Calingasta regresó la
partida también a lomo
de mula. Hay quienes
aseguran que el cuerpo
de Morales lo debió car-
gar su hijo y que
cuando el chico llegó a
San Juan tenía el pelo
blanco del susto que
pasó.