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as sociedades necesitan refe-
rentes que sean ejemplos
creíbles.
Para eso están los
próceres.
Pero los historiadores los han pre-
sentado más como construcciones
ideológicas, como figuras imagina-
das a partir de una serie de virtu-
des, que como personas reales y
concretas.
Aunque a muchos les disguste,
estoy seguro que si los próceres
volvieran a la vida se molestarían
muchísimo por la forma
como los presentan en
los manuales escolares,
por la manera como los
recordamos en los ani-
versarios de sus muer-
tes, por la forma como
los imaginamos.
A los próceres nos los
han descripto como depo-
sitarios de todas las virtu-
des, carentes de sexo,
adictos al estoicismo, auste-
ros y valientes hasta la teme-
ridad y con una peligrosa
tendencia a la autoinmolación.
¿Alguien puede imaginar a San
Martín contando un cuento, riendo
a carcajadas, tomando un buen
vino o seduciendo a alguna mucha-
cha?
¿Piensan acaso que se pasó
la vida sobre un caballo blanco
mirando hacia el futuro y apun-
tando con un dedo el horizonte?
¿Pasa por la cabeza de alguien que
Sarmiento, además de ser un gran
escritor, un preocupado gobernante,
un militar y un hombre adelantado a
su tiempo, gustaba visitar prostíbu-
los y hasta llevaba la cuenta de sus
gastos en chicas de sonrisa fácil?
¿Creen que Belgrano se pasó la
vida envuelto en un paño celeste
y blanco o que Vicente López y
Planes consumía sus noches
cantando el Himno Nacional
con Margarita Thompson?
Es así como hablamos
de la presencia de San
Martín en San Juan y
sólo contamos la
anécdota de su
estadía en la celda
del canciller de la
orden dominica,
amoblada con un
modestísimo
catre, dos ar-
cones y tres sillones tapizados,
donde recibió a las autoridades y
las demás visitas que concurrieron
a presentarle sus saludos.
Señores, lamento decirles que San
Martín no vino de vacaciones sino
a
buscar apoyo para cruzar los
Andes.
Y que ese apoyo puede tra-
ducirse
en términos económicos.
De esta provincia pobre, el Liberta-
dor obtuvo aportes enormes. Baste
decir que en pocos días las contri-
buciones en especies integraron:
1.176 mulas de silla, 849 mulas de
carga, 832 caballos, 1.216 montu-
ras completas, 604 cueros de car-
nero y 472 ponchos, además de
ganado en pie. La colecta de dinero
alcanzó hasta el 8 de junio de 1815,
a 14.242,60 reales sin contarse las
contribuciones de Jáchal, realiza-
das por la Cuarta División de Cabot.
En 1819 se llegó a la suma de
219.000 pesos. Y digamos que los
números mencionados están por
debajo de la realidad; las constan-
cias documentales de las cuentas
aparecen inciertas y confusas. Y a
esto hay que agregar la cantidad de
negros esclavos que fueron obliga-
dos a sumarse al Ejército y nunca
volvieron.
¿Decir esto es denigrar a los próce-
res? En absoluto. Es valorarlos más
y valorarnos más a nosotros. Es
saber que la campaña libertadora
insumió esfuerzos, vidas, dinero y
sacrificios. Y que un país no se
construye en base a imágenes pro-
pias de dibujitos animados sino de
realidades.
Dejemos de mentirnos con perso-
najes de dudosa existencia como el
sargento Cabral o el Tamborcito de
Tacuarí que hoy mueven a risa de
niños de prejardín. ¿O alguien cree
que en lugar de putear por la herida
que lo estaba matando, Cabral dijo
en perfecto castellano “muero con-
tento, hemos batido al enemigo”?
Tampoco es denigrar a Sarmiento
hablar de sus luchas, de la forma
cómo fue atacado y cómo él atacó
a sus adversarios. De que cuando
se presentó a una elección en San
Juan casi nadie lo votó. Lo triste es
darle un destino de estatua, acari-
ciando la cabeza de un niño o pen-
sar que en lugar de jugar con otros
chicos se pasaba el día bajo la hi-
guera leyendo un libro y viendo tra-
bajar a doña Paula en el telar.
Tan triste como la estupidez de
cambiar una derrota en
Malvinas por un genio
de la envergadura de
Sarmiento en nuestros
cada día más desvaloriza-
dos billetes.
Esto
es una
simple utilización ideoló-
gica de la historia.
s s s
En resumen: dejemos de adherir al
pensamiento mágico, de creer que
todo se consigue por un hombre ilu-
minado, ejemplo de estoicismo.
Bajemos a los próceres de las esta-
tuas, aceptémoslos como hombres
luchadores, capaces, ingeniosos.
Admirémoslos por sus obras, olvi-
démonos de los discursos de
maestras de tercer grado.
No los ofendamos mostrándolos
como aburridos personajes, monta-
dos en caballos, con gestos
grandilocuentes y pensando
sólo en la patria las 24 horas
del día.
Pensemos que además de
concretar grandes obras,
algún día se tomaron una
cerveza bien fría y charla-
ron de mujeres con los
amigos más íntimos.
Será una buena forma
de acercarlos a la
gente, de alentarnos
a imitarlos, de dejar
de mentirnos como
país.
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Viernes 29 de julio de 2016
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Juan Carlos Bataller
Juan Carlos Bataller @JuanCBataller
Juan Carlos Bataller
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COLUMNISTAS
No nos roben
los próceres