El Nuevo Diario - page 22

a que Margarita Ioana Stamatiad,
asistenta de la facultad filológica
de la Universidad de Bucarest
(Rumanía) pueda obtener el per-
miso para viajar a Moscú porque
quiero casarme con ella.
Es una muchacha discreta de una
familia pobre, tiene principios demo-
cráticos.
En el momento actual está grave-
mente enferma y se encuentra en un
hospital.
Solicito a Su Excelencia que haga
gestiones ante el gobierno de
Rumanía para que a
esta muchacha le sea
expedido el pasaporte
correspondiente. Hasta
el día de hoy el Minis-
terio de Rumanía no
ha respondido a mi
solicitud sobre el per-
miso de viaje para la
persona indicada, a
pesar de que esta
solicitud fue en-
viada hace bas-
tante rato.
Le estaré agrade-
cido a Su Excelen-
cia durante toda mi
vida por la ayuda
en este asunto.
Leopoldo Bravo.
lll
Esto ocurría en
1953. En esa
misma entre-
vista, y de
acuerdo con el
artículo de
Abel Posse pu-
blicado en La Nación
el 31 de julio de
2003, Bravo y Stalin
hablaron sobre el
peronismo; el em-
bajador argentino
intentó explicarle
qué era el movi-
miento peronista,
de qué se trataba
la tercera posición
y Stalin rápida-
mente sacó sus
conclusiones. Mi-
rando fijo a Leo-
poldo le dijo: “Si lo he
entendido bien, ustedes se-
rían capitalistas, pero no tanto. Pero
también socialistas, aunque casi
nada. Llegan al poder por elecciones,
pero no creen en la democracia bur-
guesa...”.
—”Eso mismo”— le contestó mi ma-
rido al hombre de mirada de hielo sen-
tado frente a él, un personaje que
solía decir que la muerte de una per-
sona era una tragedia, pero que la
muerte de millones no era más que
una estadística. En el primer artículo
al que me referí, Leonid Valentinovich
Maksimenkof agrega: “Un funcionario
amigo de Stalin, Poskrebishev, des-
pués de la conversación con el Emba-
jador cayó en desgracia. Su lugar lo
ocupó V. Chernuja. Precisamente fue
él quien comunicó al Ministerio de
Relaciones Exteriores de la URSS
el veredicto de Stalin: que el Minis-
terio de Relaciones Exteriores contri-
buye”, o sea, que se harían todas las
gestiones necesarias para complacer al
embajador argentino. “Dicho al c. Malik
20.02.53 VCH”. Maksimenkof es un
funcionario del Centro de Investigacio-
nes de Rusia y la Europa Oriental de la
Universidad de Toronto.
lll
Leopoldo no se casó nunca con Marga-
rita Ioana y tal vez su solicitud no haya
sido más que un favor para esta mu-
chacha, de los tantos que se hacían en
esa época. Al abrir los archivos priva-
dos de Stalin, cumplidos cincuenta
años de su muerte, éstos salieron a la
vista del mundo.
Cuando mi esposo estuvo en Rumania
por primera vez, siendo todavía soltero,
tuvo oportunidad de conocer a la fa-
mosa Ana Pauker, jefa de las tropas co-
munistas que entraron en Rumania y
destronaron al rey Carol. Años después
ella misma fue destituida y fusilada por
los propios comunistas.
lll
Volviendo a mis hijos, mamá preparaba
los moisés para ellos, la ropa, los es-
carpines, los pañales, en una palabra:
se ocupaba de todo.
Se me partía el alma cuando Leopoldo
no venía, pero qué podía hacer... me
decía a mí misma que no habría podido
llegar, las enfermeras me preguntaban
por él porque lo conocían, o lo querían
conocer, a mí me daba vergüenza, no
sabía qué decir. No tardamos en insta-
larnos en el departamento de Rodrí-
guez Peña, con la mamá de Leopoldo,
Rosa y Enoíta. Más tarde Rosa compró
un departamento en avenida Leandro
N. Alem y se mudó allí con su madre y
su hija, y con el tiempo se fueron a San
Juan. Yo me quedé acá, en Rodríguez
Peña, sola, con Lala. Y con mi madre,
que jamás me dejó.
lll
Leopoldo era un padre frecuentemente
ausente pero cariñoso y proveía lo ne-
cesario para mi sustento y el de sus
hijos, aunque mis gustos personales
me los daba mamá: me compraba todo
lo que yo pedía, pero eso sí: a su
gusto, no al mío.
Con el nacimiento de uno de mis hijos
una compañera de facultad me envió
de regalo un moisés adornado con
tules que a mí me pareció muy bonito,
no así a mi madre, de modo que el moi-
sés volvió ipso facto por donde había
venido, y el niño usó el que primorosa-
mente le había preparado su abuela.
Entretanto, yo pasaba los días entre la
crianza de mis hijos y la atención de los
personajes de la política que mi esposo
invitaba a la casa, para conversar. Esta
mesa en la que ahora escribo mis me-
morias es histórica: aquí mismo estu-
vieron los integrantes de La Hora del
Pueblo y muchos jefes de partidos pro-
vinciales y nacionales, como así tam-
bién miembros de las Fuerzas
Armadas.
lll
Me embaracé de Juan Domingo y Leo-
poldo tampoco estuvo para el parto; yo
le puse Juan Domingo y le hice saber a
Perón que había nacido un segundo
nieto de Alfredo Falcioni, su amigo.
Perón me mandó una tarjeta, y de
paso aprovechó para decirme que de-
signaba como sus representantes a
Paladino y a la doctora Teresa Ma-
nuela Estévez Brassa, que es actual-
mente camarista en lo civil, muy
amiga mía de toda la vida. Quiere
decir que Perón e Isabel fueron los
padrinos de Juan Domingo.
De mi primer hijo, Lepoldo, la madrina
fue Enoíta, hija de Rosa Bravo, y el
padrino, su tío Federico Bravo; de Fe-
derico Jorge, fue el doctor Jorge Al-
bertelli y mi prima, Nelly Falcioni de
Ghirimoldi; de Juan Domingo, la doc-
tora Estévez Brassa, representando a
Perón e Isabel; de María del Valle, mi
amiga Leticia Vaca y su esposo, el co-
ronel Luis Felipe de Arrascaeta.
lll
Más de una vez me sentí dejada de
lado, con mis ambiciones frustradas,
mis deseos personales postergados
por tiempo indefinido, y para confor-
marme me decía que estaba en la
etapa de tener a los hijos, de hacerlos
crecer sanos, que después ya vería
cómo encauzaba mi afán de avanzar
en la política. He tenido que luchar
mucho y, como siempre digo, vivir la
vida es la mejor batalla, pero sobrevi-
virla es la mejor victoria. No obstante,
racionalizar la situación no me ayu-
daba demasiado y lloraba, lloraba
mucho. Aceptaba la compañía de mi
madre pero al mismo tiempo me irri-
taba, porque seguía sujeta a sus deci-
siones. Ella sufría conmigo y por mí
las ausencias de Leopoldo, pero yo
no demostraba mis desazones sino
que, al contrario, con mi madre, tra-
taba de disimularlas. Cuando final-
mente nos instalamos en San Juan,
no me sentí cómoda en la casa de la
calle Mitre, no la sentía completa-
mente mi casa. Comencé a tener un
contacto más cercano con la familia
de Leopoldo.
lll
Entre tanto encuentro y desencuentro,
más de una vez pensé en dejar a mi
marido, aunque finalmente nunca lo
hice. No quiero dejarlo a Leopoldo ni
un momento, y menos hoy, tan debili-
tado como está. No me daría el cora-
zón, lo veo muy aferrado a mí, muy
dependiente. Ayer me estuvo espe-
rando desde la una del mediodía
hasta las cinco de la tarde, no quiso ir
a dormir la siesta. Lo que siento es
amor, no es lástima, y lo que sé con
absoluta certeza es que no quiero
hacerlo sufrir. Estamos juntos desde
1958. A veces bien, a veces mal. Una
vez, sin embargo, y después de pen-
sarlo mucho, le dije que me quería ir,
hacer mi vida. Estos sentimientos
siempre eran contradictorios porque
yo tenía conflictos con el hombre, con
el esposo, con el padre de mis hijos,
pero no con mi gobernador, el líder
político a quien yo había elegido,
había votado para conducir los desti-
nos de la provincia. ¿Cómo iba a de-
jarlo solo?, ¿cómo no iba a quedarme
a su lado y apoyarlo?
Yo le daba mi voto no porque fuera mi
esposo, sino porque siempre estuve
convencida de que sus planes de go-
Viernes 21 de octubre de 2016
LAS MEMORIAS DE IVELISE
s
Viene de página anterior
22
1...,11,12,13,14-15,16,17,18,19,20,21 23,24,25,26,27,28
Powered by FlippingBook