El Nuevo Diario - page 13

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Viernes 31 de marzo de 2017
Por
Juan Carlos
Bataller
Ferrari.
En Zolder, Gilles Ville-
neuve, el hombre que había
devuelto la ambición y que
había demostrado su amor
eterno a Ferrari, moría en un
accidente. Pero las malas no-
ticias para Ferrari no acaba-
ban ahí. Apenas tres meses
después de la muerte del en-
diosado canadiense, Didier Pi-
roni, líder en esos momentos
del campeonato, se partía las
piernas en Hockenheim y no
volvería a correr lo que que-
daba de temporada. El título
cayó en manos de Keke Ros-
berg, habiendo sumado sólo
una victoria en la toda la tem-
porada. Al menos Ferrari se
llevaba el título de Construc-
tores.
Pero entonces –insisto—, nada de
eso sabíamos. Estábamos en la
presentación de la 126C.
Los técnicos hablaban y yo miraba
a Ferrari.
De pronto don Enzo dejó la pre-
sentación y se fue en dirección a
las oficinas.
Su ida no causó sorpresa. Se
sabía que ya tenía más de 80 años
y que sufría mucho de los riñones.
Vi que Ferrari se iba y le hice una
seña al fotógrafo para que me si-
guiera.
Y lo increíble sucedió. Llegue a las
oficinas de Ferrari sin que nadie
me preguntara siquiera quién era.
Y allí estaba, preguntándole al ilus-
tre viejo:
—Comendatore, soy argentino,
¿puedo hablar un minuto con
usted?
Sorpresa. Ferrari me invitó a sen-
tarme a su lado. Y yo, en lugar de
decirle que quería entrevistarlo co-
mienzo diciéndole:
—¿Sabe? Desde que era niño
escuché a mi abuelo, un inmi-
grante de la Alta Italia, hablar de
usted. ¿Se imagina lo contento
que estaría si hoy me viera aquí
a su lado?
Lo miré a los ojos y vi que
sonreía.
—¿Cómo se llamaba su abuelo?
—Alfredo Parietti.
—Mi padre también se llamaba Al-
fredo.
—Mi abuelo era mecánico—,
dije
—Mi padre era propietario de un
taller de carpintería metálica y fue
uno de los primeros en circular por
Módena en automóvil. El quería
que yo estudiara ingeniería pero yo
alimentaba otros sueños.
—¿Cuáles?
—Yo quería ser corredor de autos
o periodista deportivo o cantante lí-
rico.
Sí, lo increíble estaba sucediendo.
Aunque era una simple charla más
que una entrevista. Me preguntó
de qué signo era y le dije que ca-
pricorniano.
—¿Y usted?
—Yo nací el 18 de febrero aunque
me anotaron el 20 porque en esos
días hubo una gran nevada.
—Lo que son las cosas, yo
tengo un hermano, que también
se llama Alfredo y nació un 19
de febrero.
s s s
Ferrari contó aquel día que estu-
dió hasta el tercer curso de téc-
nica y a los 16 años era ya
instructor en la escuela de torne-
ros de Módena. Dos años des-
pués trabajaba como empleado en
el cuerpo de bomberos.
A los 21 años entró como proba-
dor en la CMN, donde le ofrecie-
ron la posibilidad de conducir un
coche de competición. Debutó en
la Parma Poggio di Berceto, clasi-
ficándose cuarto en la clase 3000.
En 1920 pasó a la Alfa Romeo,
con la que permaneció ligado,
más o menos directamente, hasta
1939.
Ferrari 126 CK.
Ferrari me preguntaba de mi
abuelo mecánico. Yo le contaba
que dejó Italia con su madre y un
hermano, siendo niño y que aquí
quedó parte de su familia, entre
ellos algunos hermanos a los que
nunca volvió a ver.
Y él me hablaba de su familia.
—Mi papá, Alfredo, murió en 1917,
cuando yo tenía 19 años. Por esa
fecha también murió Alfredino, mi
hermano. Y yo, con 20 años,
quedé a cargo de mi madre.
—¿Cómo comenzó con los auto-
móviles?
—Yo comencé construyendo má-
quinas de precisión y recién en
1946 me inicio como constructor
de automóviles.
Una noche, cenando con periodis-
tas amigos, me contaron que a
pesar del éxito en las carreras y la
extraña atracción que ejercía sobre
quienes le rodeaban, Ferrari era un
hombre triste y solitario, golpeado
por la vida en el flanco más débil
de cualquier ser humano:
la fami-
lia.
A su primer hijo, Dino, inge-
niero, le diagnosticaron una
enfermedad degenerativa e incura-
ble: atrofia muscular progresiva.
Dino murió en 1956 a los 24 años
causando un intenso dolor en Fe-
rrari. Desde entonces Enzo visi-
taba todas las mañanas la tumba
de su hijo antes de ir a trabajar.
Recuerdo el final de la charla.
—Le deseo muchos éxitos este
año. Aunque usted siempre ha
tenido éxitos.
—No se equivoque. En la vida
he perdido todo: mi mujer, mi
hijo Dino, la primera fábrica,
la juventud, la buena vista, la
pasión por las mujeres, mu-
chas carreras y muchos co-
ches. Casi le diría que me
siento culpable de haber so-
brevivido. De cualquier forma,
no sé si es bueno ser exitoso
en Italia. Detrás del éxito hay
algo terrible. Los italianos lo
perdonan todo: a los ladro-
nes, a los asesinos, a los co-
rruptos, menos el éxito”.
Enzo Ferrari murió en Módena el
22 de agosto de 1988, a los 90
años.
Aquella tarde en Maranello, queda-
ría para mí como un momento má-
gico. El día que mientras se
presentaba la nueva Ferrari 1981
de Fórmula 1, don Enzo charlaba
en una oficina sobre el abuelo de
un joven corresponsal.
Giles Villeneuve en una foto tomada aquella tarde en Marane-
llo. Un año después moriría.
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