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Viernes 23 de septiembre de 2016
compraba fruta y leche para los
niños. Todo eso sumado a los pro-
blemas por el clima y las alimañas.
Recuerdo que cortábamos un ar-
busto del desierto llamado Jume y lo
vendíamos para tener algún dinero y
seguir adelante.
—¿Cuánto duró todo eso?
— Cuando llevábamos unos 8
meses de estadía, el 21 de septiem-
bre, recibimos la visita de la policía
de San Juan. Venían en dos patru-
lleros y un camión, ataviados con
cascos y armados como para la gue-
rra; de inmediato comenzaron a
arriarnos como ganado. A mí me ba-
jaron del tractor, que quedó abando-
nado en medio del campo, y me
llevaron a donde estaban los demás,
con tres escopetas Itaca en la ca-
beza. Después me golpearon y me
tiraron al suelo. A un joven que tenía
su primer hijo de hacía unos pocos
días le dijeron que se despidiera del
bebé y luego le vendaron los ojos
para fusilarlo. Hicieron disparos al
aire mientras él lloraba y suplicaba
por su vida y los policías se divertían
por su broma de borrachos...., por-
que estaban todos borrachos.
—¿Cómo fue que llegaron así?
— Venían de hacer una requisa en
una finca que tenía el derrocado go-
bernador de la provincia, Camus,
cerca de Tucunuco, donde habían
violado la puerta de una despensa
en la que se guardaba gran cantidad
de vino. Este vino, junto a unos ca-
britos, también robados de la finca,
fueron consumidos por la tropa en
un oasis cercano, conocido como “El
Agua Negra”. Una vez consumido el
asado regado por abundante vino,
tomaron la decisión de hacer una vi-
sita a los “porteños”, que era como
nos llamaban en la zona.
—¿Pudieron saber quiénes eran?
— Los hombres estaban al mando
de dos comisarios de apellidos Luna
y Aguirre. Estaban ofuscados por el
alcohol y robaron todo lo que encon-
traron: cámaras fotográficas, cuchi-
llos, yerba, azúcar y botellas de licor
que nos habían regalado y, a siete
de nosotros, nos llevaron detenidos.
¡No voy a contar los detalles de la
detención y lo que pasamos en las
comisarías!
—¿Qué pasó después?
— Después de dos días nos pidieron
disculpas en nombre del gobernador
militar y nos dejaron en libertad, sin
devolvernos nada de lo que nos ha-
bían robado. Denunciamos el hecho
ante Gendarmería Nacional y el ca-
pitán coronel, quien era entonces
jefe de la Policía, juró que, como ca-
pitán del Ejército y como jefe de Po-
licía, no descansaría hasta
esclarecer el caso, y esto lo hizo en
presencia de los comisarios que diri-
gieron el operativo. Pocos días des-
pués fue relevado del cargo y,
tiempo después, supimos por algu-
nos integrantes de la tropa, a los
que conocimos, que la investigación
no prosperó a causa de amenazas
de muerte que recibieron ellos y sus
familias. Esto colmó la paciencia de
algunos de nuestros colonos, que to-
maron sus familias y regresaron a
sus lugares de origen con un pro-
fundo pesar en el corazón.
—¿Cómo hicieron los que se que-
daron?
— Quedamos solo tres. Nos ofrecie-
ron un contrato de aparcería, por el
que debíamos pagar al “propietario”
del campo el 20% de todas las cose-
chas que levantáramos, un precio
exorbitante, dadas las condiciones en
que se encontraba el campo. Nos ga-
rantizaron el uso pero no nos dieron
agua de riego. Para regar los sembra-
díos teníamos que traer el agua por
casi 12 kilómetros de canales preca-
rios, construidos en terreno arenoso
que se desmoronaban con facilidad y
que, además, eran destruidos por las
frecuentes crecientes que bajaban de
los cerros cercanos. A pesar de co-
rresponderle al gobierno de la provin-
cia, debíamos reconstruir el canal
periódicamente. Nos demorábamos
tres días en reconstruirlo con ramas
de arbustos y tardaba solo dos en
destruirse.
—¿Ustedes siguieron apostando al
proyecto y el lugar?
— Con mi esposa, decidimos vender
la propiedad que poseíamos en la pro-
vincia de Buenos Aires. Con el importe
de la venta compramos una topadora
a orugas y otras herramientas y de-
bido a los inconvenientes con la provi-
sión de agua fuimos teniendo un
desgaste considerable y también, un
gasto muy grande hasta quedar ani-
quilados económicamente. También,
cerraron la escuela y levantaron el
personal, con lo que nos vimos priva-
dos de dar instrucción a nuestros
hijos. Fue cuando decidimos emigrar a
la ciudad de San Juan.
A
unque se dijo que el gobierno de San
Juan pagó por la propiedad de Tucunuco,
lo que dicen los ex colonos es que en re-
alidad la provincia recibió la titularidad de las tie-
rras sin pagar un centavo. Originalmente las
tierras fueron dadas a través de una Merced Real
por el fundador de Jáchal, Juan de Echegaray, a
la familia Espejo. Luego, Juan Antonio Espejo las
vendió a José Javier Jofré en 1797. Fue Jofré
quien dividió la estancia en dos.
Una venta posterior se registra en 1845 a favor de
Eugenio Doncel. En 1902, la propiedad pasó a
manos de Pedro Doncel, previa cesión de dere-
chos de todos sus hermanos.
Federico Cantoni compró esa propiedad unos
años después. Las explotaciones agrícolas de
Cantoni dieron origen a un poblado en el que se
construyó una escuela y una iglesia.
Los colonos de Tucunuco compraron 67.000 hec-
táreas de esa propiedad a través de un crédito del
Consejo Agrario Nacional. Lo que ocurrió fue que
la gestión de compra la hizo la provincia y como el
grupo todavía no tenía forma jurídica, provisoria-
mente esos terrenos fueron inscriptos a nombre
del gobierno de San Juan, en espera de la radica-
ción de sus dueños en la provincia.
Meses después de la compra, con la caída del go-
bierno constitucional de Isabel Martínez de Perón,
no se reconocieron los derechos de los colonos y
las tierras quedaron a nombre de la provincia. El
Consejo Agrario Nacional fue disuelto y la provin-
cia no tuvo que cancelar el crédito, con lo que las
tierras quedaron para ella en forma gratuita.
Una propiedad muy discutida
La casa donde vivió Federico Cantoni
Osvaldo Zanni y Leonor Carballo
TUCUNUCO
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