Viernes 23 de septiembre de 2016
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¿Qué hacer con los
insultos en los medios?
Q
uien frecuente progra-
mas televisivos, periódi-
cos o navegue en
Internet, se encuentra con innume-
rables opiniones que consisten en
locuciones consideradas “insultan-
tes”. No podemos decir que esta
época es más violenta que las que
le preceden – esclavismo, genoci-
dio, ataques nucleares… - entre
otras cosas que avergüenzan al
género humano. Pero esto no nos
excusa de pensar en la violencia.
Sin duda el carácter de insulto de-
pende de convenciones sociales y
culturas, pero en esencia supone la
existencia de un emisor con inten-
ción de lastimar u ofender a una
persona o personas. Si bien en el
plano del espacio público el insulto
es una práctica desaprobada, cada
vez es más frecuente en los men-
sajes de millones de participantes
como opinadores en los medios de
comunicación social.
En el siglo XIX surgió en los perió-
dicos el género “polémica periodís-
tica” – caracterizado por lo injurioso
– de dónde se naturalizó su uso.
Por ello, no debe extrañar que un
conocido periodista haya negado la
diferencia entre opinar y decir bar-
baridades: “… pero yo lo que
quiero que pensemos un segundo
es esto: ¿existe el delito de opi-
nión?”. Como se trata de un co-
mentario sobre un hecho puntual,
se puede sostener que “decir bar-
baridades” se refiere a los insultos.
En cierto sentido se apoya en la
autoridad de Roberto Fontanarrosa
quien en una inolvidable conferen-
cia sostuvo acerca de las palabras
consideradas “malas”: “Muchas de
estas palabras tienen una intensi-
dad, una fuerza, que difícilmente
las hagan intrascendentes. De
diferenciada.
Por supuesto, que en el mejor de
los casos se sostiene que poseen
valor expresivo – de vivencias o
ideas – que concitan la furia y la in-
dignación; el problema surge al
plantearse el contenido de lo trans-
mitido. Resulta notable que el es-
pacio para responder se convierta
en una verdadera competencia de
insultos que expresan incitaciones
a actos de violencia extrema – so-
cial o individual - y el desprecio
hacia el interlocutor, sin agregar
nada al tema del que se habla. La
injuria es lo contrario al derecho, a
la razón y a la justicia.
Pero será correcto recordar lo que
J.L. Borges ya escribió: “Un estudio
preciso y fervoroso de los otros gé-
neros literarios, me dejó creer que
la vituperación y la burla valdrían
necesariamente algo más”. Esta
idea deja entrever que los comen-
tarios que publican los periódi-
cos o las páginas web constituyen
un género literario.
Entonces, ¿qué hacer con estas
expresiones del rencor? Lo peor
sería ignorarlas y volverlas natu-
rales. La primera reacción puede
orientarse a la censura, pero en
esta forma imperfecta de comuni-
cación se encuentran seres cuyo
odio debe ser interpretado para
ser abordado en el plano social.
Es un síntoma, poético y ficcional
en muchos casos, que se ubica
en un intersticio como úlceras,
cuya atención incrementa el cono-
cimiento social.
Borges sostenía que la vituperación y la burla valdrían
necesariamente algo más, como ser considerados un género literario.
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COLUMNISTAS
Escribe
Eduardo Peñafort*
*Filósofo. Crítico de arte
todas maneras, algunas malas pa-
labras… me gustan”. Agrega que
su preocupación se refiere a: “Lo
que me preocuparía es que no ten-
gan capacidad de transmisión y de
expresión, de grafismo al hablar”.
Este es justamente el problema del
insulto que nos rodea. A diferencia
de la crítica y la sátira, estas for-
mas de expresión son esencial-
mente anónimas o están
disimuladas o camufladas bajo
pseudónimos. En realidad, esta ca-
racterística promete impunidad ab-
soluta, nuevos sistemas de
creación de opinión, campañas que
aparecen como espontáneas. Si-
guiendo la idea de Fontanarrosa in-
teresa analizar si los insultos
utilizados en los medios tienen ca-
pacidad de transmisión y expresión