El Nuevo Diario - page 12

Viernes 28 de octubre de 2016
D
igamos que el término harén
designa al mismo tiempo el
conjunto de mujeres (concu-
binas o, simplemente, muje-
res hermosas) que rodeaban a un
personaje importante, así como el lugar
en el que éstas residían.
En algunas lenguas occidentales, el
término se ha utilizado en un sentido
más estricto, asociado a la mujer confi-
nada. El sentido dado por los orientales
es el de “prohibido a los hombres”.
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No es ese lugar privilegiado para don-
cellas del que hablan los cuentos.
Un
harén es una ciclópea ciudad-prisión
donde conviven mudos eunucos,
mujeres, concubinas, esposas y
niños.
Todos pertenecen a un señor o varios.
El dueño de sus vidas y destinos para
quienes se adiestran en esta vida. Sus
horas se determinan según las leyes
que el amo impone y la única fórmula
de subsistencia es ser grato a los ojos
del hombre-dueño.
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Los harenes son historia reciente del
pueblo musulmán. Unas costumbres
extendidas por Turquía, Persia y Mon-
golia, pero también los hubo en el
Oriente Próximo.
En la actualidad siguen existiendo algu-
nos, pero tan sólo se mantienen en
casas de notables y pudientes señores.
Ellos ya no tienen nada que ver con lo
que fueron los antiguos y misteriosos
UN MUNDO DE SULTANES, FAVORITAS,
harenes narrados en las mil y una no-
ches.
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Perdieron su esplendor al entrar en
contacto con el mundo occidental. Y es
que el mundo europeo nunca entendió
del todo esta práctica hermética de
poder y dominio de un despótico sultán
sobre cientos de almas de mujeres,
niños y servidumbre.
Mitificó demasiado en las narraciones
literarias los hechos que se sucedían
detrás de las paredes que protegían
estos recintos y no comprendió que allí
además de ausencia de libertad se
desvelaba la costumbre poligámica, el
clasismo y el mercado de almas para
elevar el ego de los poderosos.
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Numerosas civilizaciones antiguas tu-
vieron harenes. En la cultura griega se
los conocía como gineceos. Los últimos
harenes, los que en realidad designan
a este término, son los de los sultanes
y pachás del Imperio Otomano.
El harén
es básicamente un lugar
destinado al placer
, en el que residían
las concubinas oficiales del señor, así
como las mujeres que éste tenía a su
servicio.
La función de las concubi-
nas era la de darle hijos al señor
,
mientras que las mujeres a su servicio
estaban para divertirle, ofreciéndole
música, danza o sexo.
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Los harenes estaban custodiados por
los eunucos
. Existieron harems o se-
rrallos en el Antiguo Egipto, la Grecia
clásica, el Imperio Otomano, en la India
musulmana, llamados zenanas, y en el
reino del al-Ándalus, al sur de Es-
paña. Pese a que la idea de tener mu-
chas damas al servicio de un solo hom-
bre lo sugiera, no se trataba de un
bacanal desenfrenado.
Todo lo contrario, el asunto era tan or-
ganizado, que incluso se contaba con
una escala para elegir a la mujer que
pasaría la noche con el dueño del
harén.
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Existía también una jerarquía que clasi-
ficaba a las mujeres en
esclavas,
amantes y esposas oficiales.
Actual-
mente, pese a que hay cierto tabú
sobre el tema, aún se mantienen fun-
cionando esquemas semejantes a ha-
renes en las regiones más
conservadoras de los países árabes.
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Sin embargo, nada se compara con lo
sucedido en el
Palacio de Topkapi
entre los siglos XVI y XVII. Situado en
la actual ciudad de Estambul, en Tur-
quía, el Palacio, que era sede del Im-
perio Otomano, dio abrigo al harén más
famoso del mundo,
que llegó a contar
con nada menos que mil mujeres al
servicio.
La mayoría de estas llegaban como pri-
sioneras de guerra, vendidas como es-
clavas y hasta como regalos de otros
líderes hacía el poderoso sultán oto-
mano. En la actualidad, las centenas
de aposentos donde se refugiaba ese
histórico harén se encuentran abiertas
a la visita pública.
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La vida en un
harén
Es difícil para los seres humanos de nuestros días
entender cabalmente lo que eran los harenes. Algo
debe quedar en claro: no se trataba de un lupanar
o prostíbulo donde se realizaban incontroladas
orgías. Por el contrario, se regían por una
organización donde los roles eran muy definidos y
donde todos respondían a un sultán cuyos deseos
eran superior a cualquier ley escrita.
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