El Nuevo Diario - page 13

U
na investigadora sanjua-
nina, la doctora Celia
López, brindó a través de
un libro en el que documenta la pre-
sencia jesuita en San Juan, el más
detallado informe sobre el fenó-
meno de la esclavitud negra en
nuestra provincia. Qué trabajos ha-
cían, cuanto valían, cómo vivían y
cómo se reproducían, los castigos,
los que se fugaban. Un mundo que
existió en estas tierras y del que
pocas veces se habló.
Para el momento de la expulsión en
1767, los jesuitas poseían en San
Juan 104 esclavos distribuidos en
las diferentes propiedades que la
compañía tenía.
La historiadora Celia López es au-
tora de un muy documentado libro
editado por la Fundación Universi-
dad Nacional de San Juan que lleva
por título: “Con la cruz y con el di-
nero: los jesuitas del San Juan colo-
nial”.
En esa obra dedica un capítulo al
tema de la esclavitud al que titula
“Padres, patrones y amos”.
En el período que abarca desde el 1700
hasta principios del 1800, entraron legal e
ilegalmente esclavos africanos al puerto de
Buenos Aires traídos por la Compañía de
Guinea -después se sumaría la inglesa
South Sea Company.
Según se explica en el libro “Desde San
Juan hacia la historia de la región siglo XVI –
XIX “ del Instituto de Historia Héctor Do-
mingo Arias, “en Cuyo los negros fueron
introducidos por dos vías principales: desde
Panamá, pasando por Cartagena de Indias,
hasta llegar a Chile y desde allí a Cuyo fue
una de ellas. La otra se activó después de la
segunda fundación de Buenos Aires (1.580).
Desde allí entraban de contrabando, pasa-
ban a Tucumán y Cuyo, a su vez paso obli-
gado del tráfico de negros hacia el Potosí y
Chile, quedando varios de ellos en las pro-
vincias cuyanas”.
Viernes 11 de marzo de 2016
13
s
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Cómo vivían en San Juan los
esclavos de la Compañía de Jesús
L
os esclavos negros sanjuani-
nos también fueron soldados.
Se estima que el general San
Martín reclutó a dos tercios de los ne-
gros de Cuyo, para ser incorporados
al Ejército de Los Andes.
Según investigadoras del Instituto de
Historia Regional y Argentina Héctor
Domingo Arias, la orden de San Mar-
tín mereció protestas por parte de los
propietarios de los esclavos pero fi-
nalmente fue cumplida. Fue así como
Mendoza aportó 270 negros, valua-
dos en 62.875 pesos y San Juan 230,
valuados en 72.600. San Luis argu-
mentó “escaséz de negros y que la
mayoría eran artesanos” y sólo en-
tregó 42 esclavos.
Y agregan las historiadoras: “Así y a
pesar de la antipatía manifiesta hacia
el decreto de reclutamiento, la orden
se cumplió y los esclavos conforma-
ron el Regimiento número 8, al
mando del general Soler”.
El ejército de los Andes se formó con
tropas de los ejércitos del norte y del
litoral, con la base para la caballería
de los cuatro escuadrones del regi-
miento de Granaderos a Caballo
(creado por San Martín), pero el
mayor aporte lo hizo la misma Cuyo,
con un gran número de voluntarios,
incluidos los negros esclavos y los li-
bertos, que hasta entonces poco eran
tenidos en cuenta.
Llegó así a reunir San Martín un ejér-
cito de aproximadamente 5.500 hom-
bres (entre hombres de tropa y
milicias), 10.600 mulas (fundamenta-
les para el cruce de los Andes, ya
que por estar adaptadas a la altura,
podían cargar con todo lo necesario),
1.600 caballos (de los cuales llegaron
a Chile aproximadamente 800, pér-
dida esta que ya había calculado San
Los negros fueron
músicos del Ejército
Martín) y 700 cabezas de ganado,
además de la artillería y provisiones.
las del batallón N° 8, que dirigía Ma-
tías Sarmiento.
Las bandas más famosas del ejér-
cito de San Martín fueron las del ba-
tallón N° 8, que dirigía Matías
Sarmiento, y la del batallón N° 11,
que había obsequiado a San Martín
el señor Rafael Vargas, acaudalado
hacendado mendocino. En 1810 el
señor Vargas había enviado a Bue-
nos Aires a 16 de sus esclavos ne-
gros para que se les enseñara la
música de instrumentos de viento,
encargando a su apoderado que hi-
ciera traer de Europa instrumentos,
música y uniformes. Después de
cuatro años regresaron los negros a
Mendoza formando una banda com-
pleta de muy regular capacidad. Se
supone que estos esclavos fueron
alumnos de Víctor de la Prada, que
en 1810 dirigía una academia de
música instrumental en Buenos Aires
(véase el Correo de Comercio del 24
de marzo de 1810).
El General Jerónimo Espejo, en su
libro El paso de los Andes, expresa:
«Cuando en 1816 San Martín realizó
la expropiación de los esclavos, el
señor Vargas le obsequió la banda
completa con su vestuario, instru-
mental y repertorio».
El músico chileno José Zapiola, en
su libro de memorias “Recuerdo de
Treinta Años”, aporta interesantes
detalles sobre las bandas del ejército
patriota:
«En 1817 entró en Santiago el ejér-
cito que, a las órdenes de San Mar-
tín, había triunfado en Chacabuco.
Este ejército trajo dos bandas regu-
larmente organizadas, sobresaliendo
la del Batallón N° 8, compuestas en
su totalidad de negros africanos y de
criollos argentinos, uniformados a la
turca. Cuando, días después de la
batalla de Chacabuco, se publicó el
bando que proclamaba a don Ber-
nardo O’Higgins Director Supremo
de Chile, el pueblo, al oír aquella
música, creía estar en la gloria,
según decía.
Estas bandas eran superiores a la
única que tenían los realistas en el
batallón Chiloé, que era detestable.
Uno de estos conjuntos marchó al
Sur con el Batallón N° 11; la otra, la
del Batallón N° 8, quedó en San-
tiago. Mi afición a la música me
hacía asistir a todas las horas en
que esta banda funcionaba.
Los oficiales me miraban
como si perteneciera al bata-
llón.
Contraje amistad con el músico
mayor, Matías Sarmiento, que to-
caba el requinto y enseñaba a la
banda, instrumento por instrumento,
haciendo oír a cada uno su parte por
separado, y siendo él el único que
sabía algo de música; pues todos la
ignoraban y aprendían de oído lo
que él les repetía.
El flautín de la banda me había en-
señado a conocer los signos y algo
de la escala de la flauta. En cuanto a
los valores, los ignoraba completa-
mente, y nada pude aprender en esa
parte. Sarmiento, antes de enseñar
a los demás, tenía que estudiar el
primero y el segundo clarinete; los
otros instrumentos acompañaban
como podían; y como leía la música
con mucho trabajo, yo, que me
ponía a su lado cuando estudiaba, y
le seguía con la vista en el infinito
número de veces que tenía que re-
petir cada frase, aprovechaba para
mí el prolijo estudio que él hacía. En
1820 era tambor mayor del Batallón
N° 8, el sargento Moyano, cuya fiso-
nomía estaba marcada por un horro-
roso chirlo que le atravesaba todo un
lado de la cara.
De (“Todo es Historia”; edición
“Las Bandas Militares: el coraje a
través del ritmo” por Vicente
Gesnaldo, 1971).
en San Juan
El ejército de los
Andes contó con
el aporte de Cuyo,
con un gran número
de negros esclavos y
los libertos, que hasta
entonces poco eran
tenidos en cuenta.
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